Joan, monologuista con tartamudez: «En clase de inglés, no me enganchaba y yo decía ''a ver si voy a ser inglés''»

Lois Balado Tomé
Lois Balado LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

Joan Natzari presentó disfluencia desde niño; hoy es humorista, actor y monologuista.
Joan Natzari presentó disfluencia desde niño; hoy es humorista, actor y monologuista.

Decidió iniciar su carrera sobre las tablas pese a haber padecido disfluencia desde que era un niño

05 mar 2025 . Actualizado a las 13:31 h.

Joan es una persona con tartamudez que hace monólogos. Una combinación curiosa. A sus padres, la verdad por delante, que un adolescente que no acababa de arrancar en el instituto depositase ahí sus expectativas de futuro no les provocó, inicialmente, demasiado entusiasmo.

Él nunca se sintió diferente por mucho que tuviese una forma de hablar «distinta según en qué momento u ocasiones». Su disfluencia —nombre técnico y, en definitiva, correcto de la tartamudez— comenzó con enganchones, le costaba arrancar en determinados momentos —aún le cuesta—  y que su discurso fluyese. Son pequeños trompicones repetitivos en el habla que se acentúan o atenúan de manera directamente proporcional a su estado anímico. A más ansiedad, más enganchones.

«Es algo que a muchos niños les pasa cuando están aprendiendo a hablar. Se enganchan y forma parte del proceso. Entonces, no se le daba demasiada importancia. Pero cuando paso de cierta edad y sigo con el problema, es cuando se detecta», recuerda. Y tira de anecdotario, ese que toda persona con disfluencia, en mayor o menor medida, maneja: «Tenía una profesora que, cuando tocaba leer en alto en clase, siempre decía: "Venga niños, hoy vamos a leer un párrafo cada uno". Entonces me miraba y me decía: "Bueno, Joan, tú hasta el primer punto". —se ríe, desplegando su bis cómica— Sé que hay gente que lo ha sufrido cuatro veces más, que han tenido verdaderos infiernos, pero es algo que yo no he tenido. Sí, conviví con algo de burlas y bullying. Pero igual que yo pillaba por esto, el que tenía las orejas grandes pillaba por tener las orejas grandes. Lo cierto es que desde pequeño siempre llamé la atención a los profesores. Aunque tuviera este problema, siempre me relacioné bien. Hice que no hubiera nunca un problema con esto, pero porque yo nunca lo he visto como un problema. Crecí y siempre fui hablando como hablo», rememora Joan, definiendo las ventajas sociales de las que gozan los individuos carismáticos.

«En vez de enfadarme, siempre me he reído. Y me di cuenta con el tiempo de que me gustaba hacer reír», asegura.Porque eso era, en definitiva, lo que marcó la diferencia. Contaba con el descaro y la capacidad de reciclaje suficiente para, durante la ESO, saber resignificar aquello que pretendiese ser una burla hacia el humor. Por eso no recibió demasiadas. La lógica del bullying es así de descarnada; la mayor penitencia es para los más inseguros. De ahí que le doliese que, a los «nueve o diez años», padres y profesores hiciesen pinza para enviarlo a logopedia, haciéndole sentir, por primera vez, distinto. «Ahora lo entiendo, cuanto ante se coge, más y mejor se puede rectificar». Y es cierto que, por mucho que él supiese navegar por donde muchos otros naufragarían, el problema resultaba obvio. 

«Ante la tartamudez, se aconseja hacer teatro. Me dieron una oportunidad en el colegio y me gustó mucho. Ya en la ESO, pude apuntarme para la obra de final de curso. Además, mis amigos y yo descubrimos que unas semanas antes de la función podías saltarte horas de clase. Entre eso y que me divertía, le acabé cogiendo el punto». Con esa picaresca, explica, empezó todo. Le dio fuerte. Terminada la enseñanza secundaria obligatoria, se matricularía en el bachillerato artístico, en artes escénicas. Iniciaba así su camino hacia las tablas.

Expectativas VS realidad

No se imaginaba Joan, que actualmente tiene treinta años, que una formación dirigida a la interpretación incluiría tanta literatura en el temario, nada que ver con el planteamiento imaginado. Cuando las expectativas y la realidad se divorcian, suelen empezar los problemas. Se desconectó. Empezó a faltar a clase. Repitió. «Al año siguiente, me quedé de nini».

Quedarse en su casa mientras sus amigos estaban en clase se tradujo en mucho tiempo para pensar en qué quería hacer con su vida. «Fue una hostia de realidad. Cuando empezó el curso en septiembre, me encontré solo en mi casa, entrando en Facebook viendo que no había absolutamente nadie haciendo nada porque todos estaban estudiando», relata. Cosas que pasan. La adolescencia es un tiempo de la vida extremadamente exigente en el que, con el cerebro a medio hacer —biológicamente, todavía no estamos terminados—, debemos tomar decisiones que marquen el resto de nuestra vida laboral. Es verdad que es reversible, pero el pánico ante el abismo de quedarse atrás pesa un mundo cuando no se han cumplido todavía los dieciocho. Joan atravesó ese páramo y, de su travesía, se desprenden conclusiones adultas: «Muchas veces se castiga el ser nini, pero a mí esa época me sirvió para hacerme muchas preguntas en mi cabeza que tenía que ir respondiendo. Suerte que entonces no había TikTok, porque igual hubiese acabado ahí atrapado». Mientras todo esto sucedía, en la tele emitían El Club de la Comedia. Y le fascinó. «Tenía 17 años, los chistes los pillaba, entendía las referencias culturales y estaba fascinado por cómo se podía hacer reír tanto de manera tan seguida. Me chiflaba. Me autosinceré conmigo mismo, pero la aprobación en casa era otra movida», reconoce.

Efectivamente, esa profesión le gustó mucho más a él que sus padres. «Me decían que como hobbie muy bien, pero que cómo iba a hacer eso con cómo yo hablaba. Son estas cosas ante las que puedes cabrearte e ir a muerte o resignarte y dejarlo ahí», expone. Era un anhelo delicado en el momento más complicado. Su familia atravesaba, cuando su vocación emergió, las embestidas de un divorcio y de la crisis de la construcción. «Mi padre es pintor y salió bastante perjudicado, nos cortaban la luz cada dos o tres meses», asegura. Y fue con su padre, en una conversación que aún recuerda, cuando se puso todo sobre la mesa. «Un día me dijo: ‘‘Mira, Joan. Yo no tengo un duro para pagarte ninguna formación. Así que si tu quieres hacer esto con tu vida, sal a la calle, encuentra un trabajo y págate tus estudios y que nadie te pueda decir qué puedes o no hacer con tu vida. Ni siquiera yo''».

A nadie le extrañará saber por qué eligió ese camino. Porque independientemente de la cadencia de sus fonemas, Joan tiene talento para hacer reír. Lo consigue cuando comenta su desempeño en algunas clases. En especial, durante sus primeras nociones de inglés en el colegio. «Es que en las clases de inglés, no me enganchaba cuando leía. Y yo pensaba, a ver si en realidad voy a ser inglés. A ver si estoy forzando aquí la maquinaria hablando catalán y castellano y soy yo un inglés de pura cepa», dice trasladándonos a esa inocencia infantil. Al final, no era inglés. Siempre fue de Santa Perpetua de la Mogoda, provincia de Barcelona, aunque actualmente viva en Madrid. Ahora Joan, ese chico con tartamudez, dedica prácticamente el 100 % de su tiempo a la comedia y,como pronosticó su padre, nadie tiene nada que decirle. 

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.