Los moscovitas, impasibles pese a los crecientes ataques con drones

glauber senarega / C. p. n. REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Agentes de emergencias en el centro financiero de Moscú, donde los restos de un dron de Ucrania colisionaron contra un edificio.
Agentes de emergencias en el centro financiero de Moscú, donde los restos de un dron de Ucrania colisionaron contra un edificio. EVGENIA NOVOZHENINA | REUTERS

«Tener miedo no sirve para nada, solo paraliza e impide seguir adelante», señala una habitante de la urbe rusa

05 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Moscú, la inmensa y cosmopolita capital de Rusia, ha visto en los últimos días cómo algunos de sus rascacielos soportan daños por la colisión de drones lanzados, aparentemente, por Ucrania, y cómo aeropuertos internacionales, como el de Vnukovo, cerraban temporalmente como medida cautelar.

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, aseguró que, «poco a poco, la guerra está regresando al territorio de Rusia, a sus centros simbólicos y bases militares», y que este es «un proceso inevitable, natural y absolutamente justo».

Si bien es cierto que las consecuencias de la guerra ya se habían manifestado con fuerza en las ciudades y pueblos fronterizos del suroeste de Rusia, hasta ahora nunca habían sucedido tantos ataques en la capital en un período de tiempo tan corto. Aún así, eso no parece haber influido demasiado en la rutina ni en el estado psicológico de los moscovitas. Así lo constata Valeria Malina, una diseñadora de 30 años que asegura que las preocupaciones se le pasan «de rumba con amigos». «Aquí no reina el miedo ni el pánico y el ambiente sigue siendo bastante tranquilo y seguro», subraya en una entrevista con La Voz. «Cabe recordar que el impacto de los drones dirigidos a las instalaciones civiles no dejó víctimas mortales y tampoco causó interrupciones de los servicios públicos. Parecían más una casualidad que un ataque en toda regla, aunque esto no les quita su carácter terrorista que, lejos de parar los combates en Ucrania o a los responsables directos de la guerra, solo pretende dejar más víctimas entre la población civil inocente», señala.

Una opinión similar comparte Vitalio Butinov, un joven modelo de origen bielorruso, pero que lleva años viviendo y trabajando en la capital rusa.

«Probablemente sea difícil encontrar una ciudad en el país que esté mejor protegida. No puedo decir que ahora tengo miedo, porque ya percibo estos ataques con bastante calma, como algo común. Quizás es algo inevitable cuando las hostilidades están en marcha».

Natalia Petrova, una funcionaria de Correos de 51 años, asegura que «vive su vida» y que rara vez ve las noticias. «Creo que nuestros medios de protección harán frente a las fuerzas hostiles de Ucrania», dice con total seguridad.

Paralelamente, los moscovitas critican las políticas occidentales y el comando ucraniano. A Butinov le preocupa «que EE.UU. envíe a Ucrania bombas de racimo prohibidas por la ONU, que condenarán a muerte a civiles durante décadas». Malina, por su parte, matiza que «la satisfacción con la que los dirigentes ucranianos acogen lo que perciben como éxito a la hora de atentar contra los civiles rusos, tan solo por ser rusos, no da muchas esperanzas frente a tanto racismo, odio y su propia impotencia para poner fin a los enfrentamientos armados».

Ante la pregunta de si le asusta que los ataques en Moscú vayan a más, la diseñadora concluye que «tener miedo no sirve para nada, solo paraliza e impide seguir adelante».