Diáspora de microplásticos

Brais Suárez
Brais Suárez OPORTO

INTERNACIONAL

B. Suárez

Tras casi un año de emigración, la iniciativa de dos rusas para limpiar playas de Oporto cristaliza en una comunidad extranjera

27 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

«¿Por qué no alquilamos un tractor?», pregunta uno. «Pero ¿qué dices?», contesta otro, «así no hacemos diáspora». «Pero ¿quién dijo que esto era para hacer diáspora?», escribe la fundadora del chat, Aliona. «Yo solo quiero hacer este sitio un poquito mejor, lo que me den las fuerzas». Conversan en una escisión de un chat de Telegram de rusos en Oporto. «Yo tampoco me fui de Rusia para conocer solo a rusos —sigue Sveta—, quiero encontrarme con gente nueva».

En concreto, se fue de Rusia porque ella y su marido recibían amenazas constantes de la policía tras ser arrestados «por pasear con flores por Moscú», como señal de protesta contra la guerra. Vendieron todo y se marcharon con sus dos hijos a Turquía. Y, desde allí, animados por su amiga Aliona, llegaron a Oporto.

Caminando por la orilla del mar, empezaron a recoger plásticos y se les ocurrió crear Garbagefree Porto, una original cuenta de Instagram en la que invitan a limpiar las playas de la ciudad. Desde enero, se concentran en Cabedelo do Douro, cuyas monumentales dunas actúan como un telón entre el océano Atlántico, el río y Vilanova de Gaia.

Los domingos a mediodía, desde la lejanía se aprecian unas siluetas dispersas por la arena. Unas mochilas marcan el punto de encuentro, al que se unen habituales y curiosos. Individualmente, en parejas o pequeños grupos, algunos con niños. Todo es tan natural como el escenario. Los primeros fines de semana retiraron los residuos grandes, arrastrados por las corrientes y el viento. De cerca, la belleza salvaje de la playa sucumbe a la basura. Envoltorios de caramelos, tapones, yogures, botellas se entierran en la arena y se deshacen entre algas, plumas y palos.

La tarea es obsesiva, agudiza un sentido para ver lo sucio, pero también para regenerar lo limpio. Uno empieza a seguir un rastro propio, se aleja de los demás como un pingüino desorientado y luego regresa con un tesoro. De repente, pasaron un par de horas, los labios cortados por el sol y el salitre. Rebuscar en esa enorme playa, entre corrientes y al viento de una ciudad desconocida, se convierte en un ejercicio de introspección. Agitado por todo lo que no controla, cada uno busca algo, un sitio, una dirección, unas palabras. Sin proponérselo, estos Sísifos asumen una responsabilidad cósmica ante la tarea de separar el papel mojado de la arena.

Las siluetas se dilatan y contraen en la playa como bacterias de un organismo superior que les exige dominar lo indominable. El caminar lento, el minucioso ejercicio de los dedos rebuscando, las conversaciones tímidas… Todo es como un proceso de depuración externa e interna, de exploración terapéutica. Las siluetas regresan a las mochilas, tienen té y galletas, alguno trajo el bañador. Domina el ruso, pero no es el único idioma. Unos jubilados con instrumentos profesionales saludan en inglés. Son de Oregón. «Así que lleváis aquí unos meses ya…». Los rusos, muy jóvenes, asienten. Todos adoran Portugal, su amabilidad. «Es increíble —continúan—, en EE. UU. uno ya no puede vivir en paz, Oregón está dividido y los cowboys nos quieren invadir. Ya no se puede ser gay, ni feminista, ni ecologista… No os lo imagináis». Aunque no muy expresivas, las miradas de los rusos están atónitas. De algo les suena. Una pareja homosexual dice que, bueno, Rusia no ofrece grandes libertades ahora mismo. Y los estadounidenses parecen recordar algo. Todos se ríen y retoman su (otra) causa perdida, el plástico.

Homenaje a Ucrania

Este pasado viernes, el punto de encuentro ya fue el centro de Oporto. Parece que la diáspora sí se va formando. En una marcha de marcados tintes nacionalistas ucranianos, estos rusos sienten vergüenza, tristeza. Muchas lágrimas y abrazos con los ucranianos conocidos. «Al menos, sabemos recoger la porquería que quede en el suelo», bromea Anna con humor de Dovlátov.

Los refugiados de la plaza corean un «obrigado, Portugal» que quizá extraiga, mejor que cualquier otra cosa, lo positivo de este año de guerra: la honesta y magnánima hospitalidad de un país que sabe recibir dándolo todo. Visto así, recoger plásticos también es una forma de aproximación, de dar las gracias.