El próximo paso de Al Qaida

Cole Bunzel INVESTIGADOR SOBRE EL GRUPO TERRORISTA. © 2022 FOREIGN AFFAIRS. DISTRIBUIDO POR TRIBUNE CONTENT AGENCY. TRADUCIDO POR S. P.

INTERNACIONAL

María Pedreda

La muerte de Zawahiri precipita la sucesión en la organización terrorista

07 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Ayman al Zawahiri era el último superviviente, hasta que dejó de serlo. Durante 20 años, un desfile de líderes yihadistas —incluidos Abu Musab al Zarqawi, Osama bin Laden, Abu Bakr al Baghdadi y Anuar al Awlaki— terminaba de forma violenta a manos de las fuerzas estadounidenses. Pero Zawahiri permaneció a salvo, aparentemente invulnerable a la inteligencia y a los drones estadounidenses. Pero el pasado domingo, el hombre que sucedió a Bin Laden como emir de Al Qaida en el 2011, finalmente encontró su destino, alcanzado por dos misiles Hellfire mientras estaba en el balcón de una casa segura en la capital afgana, Kabul. Según el presidente de EE.UU., Joe Biden, que anunció el éxito del ataque en un discurso televisado el lunes por la noche, no hubo víctimas civiles.

Para EE.UU., el asesinato de Zawahiri pone fin a un capítulo en la guerra contra el terrorismo que busca llevar ante la Justicia a los responsables del 11S, incluso aunque el papel de Zawahiri en esos ataques haya sido en ocasiones exagerado. Y el hecho de que estuviese en Kabul, y que la inteligencia estadounidense fuese capaz de encontrarlo, revive grandes debates sobre la decisión de retirar las fuerzas de EE.UU. de Afganistán y cómo acercarse al régimen talibán. Para Al Qaida, la muerte de Zawahiri plantea un desafío inmediato a corto plazo en su sucesión, y uno mucho más difícil y a largo plazo para resolver una serie de tensiones y contradicciones internas que la organización ha pasado por alto durante años.

Nacido en 1951 en las afueras de El Cairo, Zawahiri provenía de una familia egipcia rica y prestigiosa. Su padre, Muhammad, era cirujano, y el joven lo seguiría en su profesión, graduándose en Medicina en la Universidad de El Cairo en el año 1974. Sin embargo, su verdadera vocación era la causa del yihad, representada en la lucha armada contra el Estado egipcio, cuyos gobernadores, creía, habían cometido apostasía al no implementar la sharia y disfrutar de relaciones amistosos con otros Estados infieles, incluido Israel. Esta ideología impulsó el asesinato del presidente egipcio Anuar el Sadat en 1981, en el que Zawahiri estuvo implicado, pero no desempeñó un verdadero papel. Después de pasar unos cuatro años en prisión, durante los cuales fue sometido a torturas y obligado a declarar contra sus compañeros yihadistas, Zawahiri emergió a finales de los años ochenta como el líder de la Yihad Islámica Egipcia, conocida también como el Grupo Yihad, una organización en el exilio que buscaba derrocar al Gobierno egipcio. Ya en la década de los noventa, Zawahiri se refugió en Afganistán y se acercó a Bin Laden, uniendo su organización con la del rico saudí. La fusión llegó en junio del 2001, poco antes de los ataques del 11S, dando como lugar al nombre de Al Qaida, que sigue siendo hoy en día el nombre oficial del grupo terrorista.

A Ayman al Zawahiri lo recordarán por muchas cosas, entre las que se encuentran numerosos textos ideológicos y varios tomos sobre historia y religión. Estos incluyen una memoria de 500 páginas y un libro más reciente de 850 sobre la teoría política islámica y la historia de los esfuerzos misioneros de Occidente en Oriente Medio. También deja una considerable colección de discursos y conferencias recogidas en vídeo y audio que suman cientos de horas, si no más. No fue, sin embargo, particularmente elocuente. De hecho, Zawahiri carecía de carisma y sus apariciones en los medios probablemente hicieron más por dañar su reputación que por mejorarla.

Tan productivo fue Zawahiri que uno se pregunta cómo tuvo tiempo para gestionar los asuntos de una organización terrorista, un hecho que habla del aspecto más controvertido de su legado: el nacimiento del Estado Islámico, que llegó a eclipsar a Al Qaida como la organización yihadista con más influencia del mundo. Cuando Zawahiri asumió el liderazgo de Al Qaida después de la muerte de Bin Laden en el 2011, era el líder indiscutible del movimiento yihadista.

El mandato de Zawahiri no fue un completo desastre. Bajo su liderazgo, las franquicias de Al Qaida en el norte de África, Somalia y Yemen resistieron el tirón del Estado Islámico y permanecieron leales, y también se crearon nuevas sucursales en el sur de Asia y Mali, siendo la última particularmente activa. Pero incluso cuando Zawahiri podía reclamar cierto mérito en haber mantenido la red unida, no se podía negar que había supervisado un período en el cual Al Qaida había sido superada por un rival y visto su liderazgo mermado. Zawahiri tampoco había logrado su objetivo principal: atacar a EE.UU.

Sin embargo, con el regreso de los talibanes al poder en Afganistán en agosto del 2021 parecía que se podría revertir la suerte de Al Qaida. La organización alabó la restauración del Gobierno talibán como una victoria dramática para la causa del yihad, y muchos temen que los talibanes proporcionen el espacio para que el grupo se consolide y reconstruya. Esas preocupaciones están justificadas, aunque los vínculos de la organización con los talibanes son complejos.

Líderes centrales y afiliados disputan el relevo del grupo

En el corto plazo, el mayor desafío al que se enfrentará Al Qaida será la sucesión. La mayoría de los analistas creen que el siguiente será el militante egipcio Saif al Adel, que ha estado viviendo en Irán desde poco después de los ataques del 11S. Después de él está Abd al Rahman al Maghrebi, el yerno marroquí de Zawahiri y jefe de operaciones de medios de Al Qaida, que también tiene su sede en Irán. El hecho de que ambos residan en Irán no es irrelevante. Aunque es posible que no estén allí de forma voluntaria, su presencia en el país complica su ascenso. Irán es un enemigo del Al Qaida, y sería difícil que el grupo terrorista presentara a su próximo líder desde casi un arresto domiciliario.

Quizás, entonces, el próximo líder llegue de uno de los grupos afiliados de Al Qaida. La línea de sucesión, según un informe reciente de la ONU, nombra a Yazid Mebrak en el norte de África y a Ahmed Diriye en Somalia como los siguientes, después de los dos líderes con sede en Irán. Pero puede que Adel y Maghrebi no quieran ceder autoridad a las filiales regionales. Tampoco está claro que estos líderes estén interesados en tomar el relevo.

Lo que viene ahora para Al Qaida no está claro. Es poco probable que el grupo se retire, pero no podrán ignorar los problemas que arrastran desde los ataques del 11S: la incómoda relación con Irán, la desconfianza y falta de alineación con parte de los talibanes y la ausencia de una estrategia compartida entre los líderes centrales y afiliados. Dirigir una organización de militantes ideológicamente comprometidos nunca ha sido fácil, y para Al Qaida se ha vuelto mucho más difícil.

 Cole Bunzel es investigador sobre el grupo terrorista. © 2022 Foreign Affairs. Distribuido por Tribune Content Agency. Traducido por S. P.