Los migrantes, nueva arma de guerra

Mark Galeotti / Foreign Affairs

INTERNACIONAL

María Pedreda

La sórdida crisis en la frontera polaca es una señal de lo que está por venir

19 dic 2021 . Actualizado a las 11:43 h.

Mientras miles de migrantes se agrupaban en noviembre en la frontera de Bielorrusia con Polonia para intentar cruzar a la Unión Europea, algunos líderes europeos acusaron al presidente bielorruso, Alexánder Lukashenko, de participar en una «guerra híbrida». En un esfuerzo por presionar a la UE, Lukashenko envió a los migrantes a la frontera con Polonia y los dejó varados en un bosque helado. El eurocomisario Ylva Johansson lo calificó como una nueva forma de «utilizar a los seres humanos en un acto de agresión». Lo que los líderes de la UE han fallado en reconocer es que la estrategia de Lukashenko se basa en una dinámica de migración manipulada por el Estado que se ha vuelto común en muchas partes del mundo y que la propia UE ha ayudado a moldear.

La crisis en la frontera polaca ha sido excepcionalmente sórdida. Los migrantes en cuestión no provenían de Bielorrusia, sino que eran sobre todo del Kurdistán iraquí. Fueron atraídos con visados de turista y con la falsa promesa de que luego tendrían fácil acceso a la UE. Sin embargo, cuando llegaron a Minsk, fueron trasladados directamente a la frontera entre Lituania y Polonia. En esencia, Lukashenko estaba organizando una crisis humanitaria artificial en un esfuerzo por obtener concesiones de Bruselas. Desde las elecciones amañadas del 2020, los líderes europeos han castigado al régimen autoritario bielorruso por carecer de legitimidad democrática. La respuesta de Lukashenko fue usar cualquier medio para obligarlos a sentarse a negociar.

Aunque la táctica de Lukashenko fracasó, logró humillar a la UE. El Gobierno polaco envió tropas para defender su frontera, incluso usó gases lacrimógenos y cañones de agua. Al menos diez migrantes murieron, incluido un niño sirio de un año. La UE no solo fue insensible, sino hipócrita: en lugar de defender la ley de asilo de la UE y los principios de los derechos humanos, miró cómo los migrantes eran devueltos a Bielorrusia. La respuesta está en consonancia con las recientes políticas europeas destinadas a controlar la migración transfronteriza, por lo general convenientemente lejos de sus fronteras y fuera de la vista de la opinión pública. Incluso con la situación de Bielorrusia aún desarrollándose, la UE pagó 500 millones de dólares a Libia para financiar los brutales centros de detención dirigidos por milicias, donde permanecen miles de migrantes africanos que intentan llegar a Europa, según The New Yorker.

Los cálculos políticos en la frontera bielorrusa no son nuevos. A medida que el número de migrantes y refugiados se ha disparado, las economías avanzadas en Europa y otros lugares han recurrido a medidas cada vez más duras. Países de entrada como Libia, Turquía y ahora Bielorrusia tienen nuevos incentivos para usar la amenaza de la migración masiva como forma de obtener ayudas. La migración se ha convertido no en una cuestión de política y diplomacia, sino de coerción, chantaje y tratos sucios. El caso de Bielorrusia es simplemente la siguiente etapa para convertir a los migrantes en un arma de guerra.

Poderosa dimensión política

Cuando Moscú comenzó a permitir que los judíos emigraran de la Unión Soviética en 1971, dejó que se unieran a ellos criminales cuya identidad judía era falsa. Fidel Castro usó esa táctica cuando abrió los puertos de Cuba en los ochenta, en la llamada crisis del Mariel. La mayoría de los 125.000 cubanos que huyeron a Estados Unidos estaban buscando la libertad, pero el régimen de Castro envió criminales convictos y pacientes de hospitales psiquiátricos.

Desde el final de la Guerra Fría, la migración ha adquirido una poderosa dimensión política en las democracias avanzadas. Las guerras civiles, las hambrunas y otros trastornos, desde los Balcanes hasta Afganistán, han llevado a un número sin precedentes de personas a buscar refugio en las economías más ricas. De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, en el 2019 había 270 millones de migrantes en el mundo, cifra que se había más que duplicado desde el 1990. La UE ideó una solución novedosa: pagaría a los países grandes sumas de dinero para evitar la migración. En el 2008, el dictador libio Muamar el Gadafi hizo un trato con el Gobierno italiano: 5.000 millones de dólares a cambiado de detener el flujo de africanos que se dirigían hacia Europa. Cuando estallaron las revueltas de la Primavera Árabe en el 2011, Gadafi intentó disuadir a las fuerzas de la UE de dar apoyo a la revuelta popular contra él diciendo que estaban «bombardeando un muro que se interponía en el camino de la migración africana a Europa».

El derrocamiento de dictaduras en Libia y Túnez resultó en un rápido aumento de migrantes desde África al norte a Europa. Los caudillos de la guerra civil de Libia pronto vieron una oportunidad, y en el 2017 el Gobierno de Acuerdo Nacional firmó un trato que le ofrecía reconocimiento, créditos e incluso equipamiento a cambio de interceptar a los posibles migrantes. En lugar de tener la oportunidad de llegar a Europa, los africanos han sido recluidos en campos de detención que Amnistía Internacional describe como un infierno. La UE llegó a acuerdos similares con Sudán y Egipto, subrayando un punto fundamental: que los regímenes autoritarios pueden obtener no solo un pase gratuito de la UE en muchos temas, sino también una asistencia lucrativa, siempre que sigan manteniendo fuera a los inmigrantes.

En una era de economías interconectadas, disparar guerras ha sido demasiado costoso, tanto política como económicamente, para la mayoría de los países. En su lugar, han surgido herramientas que pueden convertirse en armas, desde sanciones hasta ciberataques y la disrupción de los mercados energéticos. Y, entre estas nuevas tácticas, la amenaza de liberar a los migrantes se ha vuelto muy atractiva.

 El poder de la desinformación

Lo distintivo de Bielorrusia fue que no hubo un flujo natural de migrantes, sino que fue generado por el propio Gobierno a través de las redes de información.

Bielorrusia se basó en el papel de las bandas criminales para facilitar las migraciones transfronterizas. Cuando Minsk comenzó a dar a conocer que estaba dispuesta a emitir visados de turista a grupos y trasladar a la gente en autobús desde el aeropuerto a la frontera con Lituania o Polonia, fueron los facilitadores locales, en algunos casos avisados ??por agentes de la KGB, quienes corrieron la voz. Los traficantes recibían por lo general entre 7.000 y 15.000 dólares por migrante y no les importaba si llegaban a Europa. Simplemente, detectaron una oportunidad de mercado y la explotaron.

¿Qué hizo que los migrantes pensaran que podrían entrar en Europa? Muchos depositaron su fe en los procesos legales, especialmente en Alemania, que privilegia los derechos de las personas en riesgo, aspiraciones que también fueron explotadas por Minsk, hasta el punto de que los funcionarios bielorrusos aconsejaron a los migrantes cómo presentar la solicitud de asilo una vez en la Unión Europea. El régimen de Lukashenko buscaba castigar a la UE por su apoyo al movimiento de la oposición y obligarla a aceptar la legitimidad de su régimen. Pero la estrategia parece haber fracasado.

Los acontecimientos en la frontera polaca deben ser un llamada de atención a Europa. Cada vez más, los Veintisiete parecen estar dispuestos a usar países externos para hacer el trabajo sucio en migración y corren el riesgo de socavar los valores que las sociedades occidentales deben defender. La lección de la cínica estrategia de Minsk es que, a medida que el conflicto deja el campo de batalla y se traslada a otros ámbitos de la vida, la migración se convierte en otra arma. Lukashenko es en muchos sentidos un dictador anticuado, pero su guerra migratoria es una señal de lo que está por venir.

© 2021 Foreign Affairs. Distribuido por Tribune Content Agency. Traducido por Lorena Maya.