
En colaboración con Pfizer, la empresa dirigida por dos científicos de origen turco, consiguió la primera vacuna
07 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.El 27 de enero del 2020 se registraba el primer caso de coronavirus de Alemania: un empleado que había viajado a China en un viaje de empresa regresó infectado del aún desconocido virus y contagió a 16 personas en Starnberg, un pequeño pueblo de Baviera cercano a Múnich. La población tuvo que familiarizarse rápidamente con palabras como incidencia, cuarentena o índice de reproducción. El 8 de marzo se produjo la primera muerte por complicaciones derivadas del virus en Alemania. Dos días después ya había contagios en todos los länder. El Gobierno federal impuso severas restricciones al comercio y la movilidad, al tiempo que apoyaba a comerciantes y autónomos con ayudas directas.
El ambiente tomó un cariz más serio, si cabe, cuando la canciller Angela Merkel alertó en un mensaje televisado de que Alemania se enfrentaba al mayor reto desde la Segunda Guerra Mundial. Era el 18 de mayo. Desde entonces, nada ha sido igual. Con todos los comercios cerrados salvo farmacias y supermercados, los alemanes se vieron obligados a cancelar reservas hoteleras, muchas de ellas en España, y cambiar su modo de vida. Ello a pesar de que el confinamiento fue más laxo que en otros países como España, pues en ningún momento se prohibió salir a la calle a pasear o hacer deporte.
La rápida reacción de las autoridades, unida a la disciplina mostrada por la población, dejó unos números de contagio relativamente bajos en la primera ola. Merkel y su Gabinete salieron fortalecidos por el éxito al contener las primeras embestidas de la pandemia. Se llegó al verano con números por debajo de mil infecciones diarias. En agosto, el virus parecía haber quedado reducido a un mal sueño invernal. El optimismo se vio reforzado por una sobresaliente noticia: una pequeña empresa de biotecnología con sede en Maguncia había conseguido crear la primera vacuna contra el coronavirus. BioNTech, una empresa familiar dirigida por dos alemanes de origen turco, acaparó todas las miradas al conseguir un antídoto efectivo en colaboración con el gigante estadounidense Pfizer.
Mientras crecía la esperanza de vencer al virus, el movimiento negacionista más grande de Europa organizaba multitudinarias manifestaciones. El amago de toma del Bundestag, con decenas de manifestantes saltándose el cordón policial, fue su punto culminante.
Con el otoño llegó un súbito repunte de casos. Angela Merkel alertó de que por Navidad se podrían contabilizar hasta 20.000 casos diarios. Se quedó corta. En noviembre volvieron las restricciones en todo el país, y aún hoy continúan bares y restaurantes cerrados. Después de descender durante el mes de enero, el número de casos vuelve a repuntar levemente. La vacunación transcurre con lentitud, mientras muchos alemanes creen que se ve por fin la luz al final del túnel.
Europa aplicó recetas diferentes
Los países del centro y el norte de Europa han adoptado medidas diversas para hacer frente al coronavirus. Las posturas más laxas las han protagonizado Holanda y Suecia, países que adoptaron el llamado confinamiento inteligente, que desde el primer momento apostó por la responsabilidad individual más que por las restricciones. En la pasada primavera, con prácticamente toda Europa cerrada y los casos al alza, Suecia prefirió emitir recomendaciones en lugar de restringir. Una estrategia que no tardó en demostrarse equivocada. A las puertas del verano, el Gobierno sueco reconoció errores y en noviembre dio un giro a su estrategia, con una nueva ley que permite un mayor intervencionismo.
Un camino similar al de los Países Bajos. Tras negarse a tomar medidas contundentes durante los primeros meses, el Gobierno en funciones amplió recientemente el confinamiento. No obstante, un año después de los primeros confinamientos, los peores datos de Europa se encuentran en el este, concretamente en República Checa y Eslovaquia.