Migrantes venezolanos, con hambre y en la calle, en una Bogotá cerrada por la pandemia

Héctor Estepa BOGOTÁ / E. LA VOZ

INTERNACIONAL

Los venezolanos María Hernández y Jeidon llegaron con su  hijo a Bogotá hace un mes
Los venezolanos María Hernández y Jeidon llegaron con su hijo a Bogotá hace un mes HECTOR ESTEPA

Los desplazados están en situación de desamparo ante la emergencia sanitaria

13 abr 2020 . Actualizado a las 19:46 h.

Unos ojos inquietos escudriñan la calle desde una vetusta ventana, abierta de par en par, y llena de polvo. Por la hendidura del humilde edificio, situado cerca del centro de Bogotá, se adivinan varias personas, niños y adultos. Un joven, provisto de mascarilla, se ha sentado en el alféizar, y saca la pierna hacia el exterior, mientras se comunica, cada cierto tiempo, con quienes están abajo. Son los afortunados de entre los más pobres. Tienen, al menos, un techo donde guarecerse en tiempos del coronavirus, mientras por las calles aledañas vagan unas 400 personas que han quedado sin resguardo.

«Aquí en la calle hace frío. Ha estado lloviendo. Esta noche hemos dormido en una esquina que tenía un techito. Pero no sabemos dónde vamos a dormir hoy», señala a La Voz la veinteañera María Hernández, mientras sostiene a su pequeño bebé Kael, y ante la mirada cabizbaja de su pareja, Jeidon. Son migrantes venezolanos. Llegaron a la capital de Colombia hace un mes, escapando de la crisis económica y política de su país. Se establecieron en la «zona de tolerancia» del sector de Santa Fe, un lugar que comprende unas cinco calles, de aire viciado y aceras sucias, donde la prostitución es permitida y las autoridades no ponen mucha atención a la venta de drogas.

No es el mejor lugar para vivir, pero allí hay establecidos al menos 25 hospedajes y pensiones conocidas como pagadiarios. Una familia puede guarecerse en una pequeña habitación, de paredes descorchadas y ambiente viciado, por entre 3,5 y 6 euros diarios, al cambio en pesos colombianos. Por eso es el lugar elegido por muchos recién llegados. 

Pero Bogotá es una ciudad en confinamiento obligatorio desde el viernes 20, salvo para sectores esenciales, y esa cuarentena ha supuesto el corte total de ingresos para familias que vivían de la economía sumergida, como la de María y Jeidon. A quienes vagan por el Santa Fe, se les ha hecho imposible pagar los arriendos de los pagadiarios, y han sido puestos de patitas en la calle por los anfitriones, quedando en situación de desamparo. «Nosotros vendíamos lo que encontrábamos en la calle y también nos dedicábamos al reciclaje. Pero eso se acabó. No hay trabajo. Y no podemos pagar la pensión. Necesitamos ayuda», clama María. 

Al menos 1,6 millones de venezolanos viven en Colombia. Parte importante de ellos se desempeñan en la economía sumergida, y están sufriendo de manera especial la crisis. «Claro que tenemos miedo al virus, y más estando en la calle», añade María. Mientras habla, se escucha un tumulto en una pista de baloncesto cercana, lugar donde se han reunido muchas de las personas que han sido desalojadas de los pagadiarios. 

Ha llegado el rumor de que una iglesia evangélica va a repartir pollo, y al menos 200 personas se han agolpado a sus puertas. La mayoría no cuenta con elementos de protección contra el coronavirus, como mascarillas y guantes. La economía no da para ello. La congestión y el desorden hacen que el pastor ordene cortar los suministros hasta que no se organicen turnos, ante la desesperación de quienes esperan en la puerta.

Pocos les dan, por ahora, soluciones. La alcaldía decretó que los pagadiarios no puedan echar a personas que han quedado sin recursos, pero quienes han quedado en la calle denuncian que no se está cumpliendo, mientras reclaman la asistencia del Gobierno central y de las ONG. 

No es una situación que se dé solo en Santa Fe. Otros barrios de Bogotá tienen problemáticas similares. El 40 % de trabajadores de Bogotá, una urbe de más de ocho millones de habitantes, se desempeña en el sector informal, y miles han quedado sin ningún ingreso. «Aquí puede morir más gente de hambre que de COVID-19», decía la semana pasada el alcalde de Soacha, una de las zonas más deprimidas de la zona metropolitana de Bogotá.