Macron fulmina la «enarquía»

La Voz REDACCIÓN / LA VOZ

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Hollande y Macron.
Hollande y Macron. ERIC FEFERBERG / POOL

Entrega a los chalecos amarillos el símbolo de la élite política francesa: la Escuela Nacional de Administración (ENA)

27 abr 2019 . Actualizado a las 08:50 h.

El presidente francés, Emmanuel Macron, quiere acabar con la prestigiosa Escuela Nacional de la Administración (ENA), el semillero de élites -rebautizados como enarcas- creado tras la Segunda Guerra Mundial por el general Charles de Gaulle y que ha surtido de altos funcionarios a Francia en las últimas décadas.

Formado él mismo en sus aulas, Macron ha acabado por entregar a sus críticos la presa de una escuela estigmatizada por su endogamia, ante la presión de los chalecos amarillos, refractarios a todo símbolo elitista.

El presidente reconoció que la ENA no había cumplido su objetivo, no se había abierto lo suficiente a la sociedad, se había desconectado demasiado de los problemas de la gente y, por eso, propuso sustituirla por alternativas más cercanas a la vida cotidiana. «Tenemos que gestionar de forma diferente las carreras de nuestros altos funcionarios, crear más puentes a lo largo de su vida profesional para permitir que otras personas puedan integrarlos», aseguró Macron.

Se acabó el principio de una escuela que garantiza un puesto en la Administración para quien supere sus estrictas exigencias. «Ni necesitamos su protección vitalicia ni se corresponde con la necesidad de atraer otros talentos», sentenció. Macron sabe bien de lo que habla. Es el cuarto de los ocho presidentes franceses elegidos tras la Segunda Guerra Mundial que se formó en la ENA, como lo hicieron su primer ministro, Édouard Philippe, y varios de los miembros de su Gobierno.

La cabeza de lista del partido de Macron a las elecciones europeas de mayo próximo, Nathalie Loiseau, dirigió la institución. Y en los pasillos del Elíseo se cruzan alumnos de diferentes promociones desde hace décadas.

Cada nueva hornada de funcionarios recibe el nombre de un personaje conocido de la política o la cultura. Macron pertenece a la del poeta Leopold Sédar Sengor, primer presidente de Senegal. François Hollande, a la Voltaire, como su expareja Ségolène Royal o el ex primer ministro Dominique de Villepin.

La última hasta el momento se apellida Molière, siguiendo la tradición de que los alumnos eligen por voto la apostilla que quieren dar a su título. 

Un puesto vitalicio

A la ENA se accede por oposición y el título garantiza un puesto vitalicio, aunque algunos, como el propio Macron en sus primeros años, optan por hacer carrera en el sector privado, por lo que no resulta extraño verles sentados en consejos de administración de grandes corporaciones.

Así ha sido desde que De Gaulle creó este vivero. Lo hizo en una Francia devastada por la guerra y en la que el héroe de la liberación se encontraba con funcionarios que, en su mayoría, habían colaborado con el invasor nazi, bien directamente, bien a través el régimen títere instaurado en Vichy por el mariscal Petàin.

Hacía falta sangre nueva y bien preparada para afrontar la posguerra y así nació esta escuela, enclavada en Estrasburgo. A lo largo de los años, la ENA cumplió su objetivo y fue nutriendo los diferentes escalones de la administración: prefectos departamentales, jefes de gabinete, cuadros ministeriales. Solo un 5 % de sus alumnos se dedica a la política, pero son los más visibles de la escuela, los que más han hecho en favor de su prestigio pero también de su mala reputación.

La imagen es que el ENA ha llegado a monopolizar el poder, un blanco demasiado fácil para quienes critican la distancia entre las propuestas del Gobierno y las necesidades del pueblo.

Uno de los que más apoyó esa caricatura fue Nicolas Sarkozy, el único de los cuatro últimos presidentes que no se sentó en sus pupitres, que durante la campaña que en el 2007 le condujo al Elíseo no dudó en sobredimensionar la condición de enarca de su rival socialista Royal.

Entre los alumnos de la institución están ocho de los inquilinos del palacio del Elíseo