Ni un paraíso ni el apocalipsis

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

INTERNACIONAL

29 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Donald Trump había prometido una transformación radical de Estados Unidos si era elegido presidente. Sus críticos temían que lo cumpliese. Sin embargo, tras sus primeros cien días en la Casa Blanca, las promesas de Trump parecen cada vez más vacías y el pánico que provoca en sus contrarios resulta cada vez más exagerado.

Donald Trump no ha hecho, en estos cien días, apenas nada de importancia, ni bueno ni malo. Pero sobre todo se ha visto que quizás no podrá hacer mucho más. Porque lo que le ha impedido poner en práctica sus ideas de campaña no ha sido la falta de tiempo, sino los límites de la realidad. Tendrá más tiempo, pero no otra realidad distinta con la que trabajar.

Esa realidad con la que ha chocado el presidente es, en primer lugar, la de las propias leyes. Un ejemplo son sus dos intentos fallidos de limitar la entrada de musulmanes a Estados Unidos, bloqueados por los tribunales. Esto ha distraído la atención del hecho fundamental: no solo no ha habido deportaciones en masa de inmigrantes ilegales, sino que el número de expulsiones se ha mantenido en el mismo nivel que bajo la presidencia de Barack Obama (unos 35.000 en lo que va de año). En otros casos, el obstáculo con el que se está encontrando Trump es el propio juego político. Su famoso muro en la frontera mexicana va a quedarse fuera de los presupuestos por la presión de los demócratas, mientras que los desacuerdos entre los propios republicanos son los que paralizan otra promesa estrella de Trump, la liquidación del programa de subvenciones para seguros de salud (el Obamacare). Muchos ponían en duda que su partido pudiese ponerle la zancadilla. El hecho es que le ha remodelado el Gabinete casi completamente, vetando y tumbando a varios de sus colaboradores clave.

Esta presión no siempre ha sido positiva. Para redimirse de las acusaciones de aislacionismo y connivencia con Rusia, Trump ha acabado bombardeando Siria, lanzando la «madre de todas las bombas» y abriendo una crisis militar con Corea del Norte. Que los demócratas y los medios provocasen y elogiasen este arrebato peligroso es un recordatorio de que Donald Trump no tiene el patrimonio de la irresponsabilidad. El resto de sus rectificaciones en política exterior han sido más positivas: no ha habido sanciones a China, no se ha anulado el acuerdo nuclear con Irán, no se habla ya de desmantelar la OTAN. Se ha rescindido el controvertido Tratado Transpacífico de libre comercio pero se mantiene en vigor el de Nafta.

En teoría, algunas de estas ideas de Trump solo han quedado aplazadas. Pero intentarlo otra vez más adelante le será mucho más difícil. Roosevelt pasó hasta quince leyes clave en sus primeros cien días porque sabía que luego todo se complica. Reagan, Clinton, Obama... La historia de la Casa Blanca es un relato de comienzos ambiciosos seguidos de otras componendas realistas. Si los republicanos bajan en apoyos en las elecciones de mitad de mandato, todo habrá acabado. Pero incluso sin eso, ya se ha establecido una inercia. Y en el caso de Trump esa inercia no lleva ni al apocalipsis ni al paraíso de una «América grande otra vez», su eslogan de campaña.