Los límites del sistema

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

INTERNACIONAL

11 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Donald Trump había prometido vetar la entrada en Estados Unidos de los musulmanes, sin excepción, y crear un registro especial de los que ya viven en el país. Es importante recordarlo porque solo así se puede valorar correctamente lo que ha ocurrido con su famosa orden ejecutiva que paralizaba la entrada en el país de personas procedentes de determinados países de mayoría musulmana.

Esta orden ejecutiva era ya una versión muy aguada de aquella intención inicial. Evidentemente, alguien le debió explicar al nuevo presidente que no podía prohibir la entrada de un colectivo entero de personas por el simple hecho de practicar una religión concreta, porque eso era dudosamente constitucional.

Pero Trump no quería desdecirse de su promesa y optó por un truco: vetar, no a los musulmanes en su conjunto, sino a los que procedían de determinados países que la Administración Obama ya había señalado como potencialmente peligrosos para la seguridad de Estados Unidos. La medida, además, solo iba a estar en vigor unas semanas, para luego reemplazarla por un sistema de control más riguroso de esas entradas (que ya se practica desde hace más de una década, en realidad, aunque no se diga abiertamente).

Un batacazo que pudo ser mayor

Este intento cínico por parte de Trump de salvar la cara ha resultado en un batacazo. Y el batacazo habría sido incluso mayor si la prensa y la oposición hubiesen reaccionado con más calma. Es su respuesta desmesurada la que le ha dado a Trump un pequeño premio de consolación: el de reivindicarle como un «antisistema» ante los suyos, que es lo que él buscaba. Las encuestas señalan que la mayoría de los norteamericanos ven con simpatía su orden ejecutiva y ahora Trump podrá presentar su fracaso como una conspiración de la prensa progresista.

No es así en absoluto. No ha sido la prensa progresista ni las manifestaciones en los aeropuertos los que han derrotado a Donald Trump, sino el sistema. Es importante tenerlo en cuenta porque esto significa que, contrariamente a lo que se temían muchos, sí funcionan los mecanismos que impiden que un presidente irresponsable como Trump vulnere las leyes y las garantías constitucionales. Es solo el primer asalto entre Trump y la democracia norteamericana, pero este al menos lo ha ganado la democracia.

Si el presidente quiere insistir se abren ante él varios caminos, pero ninguno es fácil. Un pleno del Tribunal de Apelaciones probablemente confirmaría el dictamen del panel de tres jueces que ya se ha pronunciado contra él. Todavía tendría menos posibilidades si devuelve el caso al juez de Seattle que ya falló en su contra. Si el asunto acaba en el Tribunal Supremo, como parece probable, Trump necesitará que cinco de los nueve jueces le apoyen sin reservas. Y aunque hay cinco jueces nombrados a propuesta de los republicanos (suponiendo que el nombramiento del juez Neil Gorsuch llegue a tiempo), esto ya no parece tan seguro visto que quien ha paralizado la orden ejecutiva de Trump en primera instancia es un juez conservador propuesto en su día por George W. Bush.