«Yo de mayor quiero ser ingeniera»

leticia álvarez IDOMENI / E. LA VOZ

INTERNACIONAL

Leticia Álvarez

La Voz se adentra en el drama de los niños refugiados atrapados en la frontera griega

05 mar 2016 . Actualizado a las 09:18 h.

Amira perdió a su padre hace 25 días, murió de cáncer en Alepo. Tiene solo once años y es la mayor de seis hermanos. No está feliz. Sus zapatos están empapados y no encuentra agua para preparar el biberón de su hermana pequeña. Los campos de refugiados de Grecia están repletos de niños. En los últimos meses la mayoría de los que deciden recorrer la ruta de los Balcanes son mujeres y niños: muchas viajan para encontrarse con sus parejas o familiares. Esperar la reagrupación familiar es difícil cuando bombardean sus ciudades o viven bajo el mandato del califato.

«El juego de los niños es recorrer las filas para coger comida, buscar agua y soñar con que abran la frontera. No tienen otra cosa que hacer», explica Bara la madre de Amira. Huyeron hace quince días y no hizo falta que le explicara nada a sus hijos. Las últimas semanas sin su marido los niños dormían debajo de sus camas. No les gusta mucho la idea de ir a Alemania, pero en Siria ya no les queda nada. Cada tienda de campaña en el paso de fronterizo de Idomeni esconde una historia diferente pero todas coinciden en lo mismo, una infancia marcada por la guerra.

Las bajas temperaturas, la lluvia y las condiciones insalubres que sufren hacen que muchos de los pequeños caigan enfermos. Es el caso de Alí, que juega con un ordenador de juguete. Hace un mes iba al colegio en Damasco, ahora tiene fiebre y vómitos. Tiene dos años y, según el número que la policía griega le ha dado a su familia, puede que aún tenga que esperar más de una semana durmiendo encima de las piedras en las vías del tren. Acaban de llegar, ni siquiera tienen una tienda de campaña para dormir.

Más del 60% de las personas que llegan a Grecia escapando de la guerra y dictaduras son mujeres y niños, según los últimos datos de la agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR). Solo hace falta recorrer los campos de refugiados en Grecia para comprobar que es así. Mohasen, natural del Kurdistán iraquí, es de los más veteranos en la frontera. Lleva 45 días durmiendo al raso y su pasaporte está roto, así que tiene que esperar a que su familia le mande un documento nuevo para poder seguir camino hacia Alemania. Lo único que le dijo a sus cuatro hijos es que iban a vivir con una madre patria que los va a querer en referencia a la canciller Angela Merkel. Rondic, una de sus hijas, sueña con ir a la escuela y poder volver a jugar con sus hermanos en una casa segura.

Llorar a escondidas

Son niños y juegan, pero se dan cuenta de que sus madres lloran a escondidas. «Yo de mayor quiero ser ingeniera, como mi padre», contesta Aysha. «Y yo profesor», replica su hermano mientras dibujan flores, coches y princesas en un papel lleno de barro. El mayor de ellos necesita una operación en su hombro derecho. Sus padres kurdos lo convencieron para subir al bote de plástico y cruzar el Egeo con la excusa de poder volver jugar al tenis. «El bote que salió una hora después de nosotros se hundió, murieron cuatro personas», susurra la madre para que no la oigan. «Estamos a salvo en tierra firme. No caen bombas así que aunque olemos mal o pasamos frío es solo eso, sufrimiento. Estamos vivos».

La desesperación de los padres de familia es tal que pueden verse casos como el de una pareja siria con un niño de 40 días que está enfermo y va con gotero. Están en la puerta de hierro rodeada de concertinas que separa Grecia de Macedonia. Los médicos les han dicho que el bebé necesita ir al hospital pero, si lo ingresan en Grecia, tendrían que volver a esperar más de doce días. No se lo pueden permitir y rezan por pasar e ir a un centro médico en Macedonia.

La falta de protección de los niños refugiados ha sido una de las principales denuncias desde que empezó la crisis. La Europol lanzó la primera alerta cuando informó de que en torno a unos 10.000 niños refugiados habían desaparecido nada más llegar a Europa. Algunos de ellos, según los oficiales europeos, están con familiares sin conocimiento de las autoridades, pero otros se encuentran en manos de organizaciones de tráfico de personas. Nadie quiere imaginar que les pueden estar haciendo.