¿No estará empezando el juego?

Xosé Carlos Arias CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA

INTERNACIONAL

30 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Por desgracia, en la historia más reciente del euro y de la política económica europea, nada es lo que parece. Para empezar, cuando creíamos que el complejo juego del rescate griego ya concluía, en realidad tal vez esté comenzando. Hay algunos indicios de que la negociación en serio sobre el punto clave -una quita significativa de la deuda- está a punto de empezar, probablemente lejos de las cámaras. El referendo del domingo sería, en esta perspectiva, la última y arriesgadísima baza del Gobierno heleno para obligar a Merkel y a Juncker a negociar de verdad ese punto, más importante por lo que tendría de precedente que por su impacto económico directo. Un acuerdo respecto a esta cuestión equivaldría a un sí de Tsipras en la decisiva votación.

¿Por qué se podrían avenir los dirigentes europeos a un acuerdo así en el último minuto? Solo hay una respuesta: por el miedo. Y es que la metáfora que mejor cuadra a la situación presente es la de la nave que se interna en aguas turbulentas, pero, sobre todo, desconocidas. Esta es la segunda falsa apariencia que estamos descubriendo estos días. Se suponía -algunos dirigentes lo han repetido hasta aburrir- que ya estábamos preparados para afrontar un choque desestabilizador, por fuerte que fuera. No digo que no sea cierto. Pero es evidente que casi siete años después del primer gran accidente, numerosas voces a lo largo y ancho del mundo advierten de la posibilidad de un nuevo Lehman. Y conste que yo no creo que tal cosa vaya a ocurrir: lo duro y revelador es no poder descartarlo.

Pero, ¿es que no se han hecho las cosas bien? Pues aquí viene lo más asombroso. En medio del susto, el señor Juncker por fin ha dicho lo que de verdad piensa. A los griegos, afirma, los acreedores les ofrecieron cosas sensatas y no «las reformas estúpidas de la austeridad». Dicho por su máximo responsable, y aunque esa no haya sido seguramente su intención, estamos ante un claro reconocimiento de una razón (no la única, pero sí una muy importante) de por qué hemos llegado hasta aquí.