Mucha ira y nuevos retos para Obama

Miguel A. Murado

INTERNACIONAL

16 sep 2012 . Actualizado a las 06:00 h.

Como era esperable, el viernes de la ira contra Estados Unidos se ha saldado con un fracaso. Y también el sábado de la ira. Las pantallas se siguen llenando de imágenes de banderas norteamericanas ardiendo y las crónicas enumeraban ayer hasta treinta países a los que se habían extendido las protestas; pero es un espejismo mediático.

Las manifestaciones han sido minúsculas. En El Cairo, una ciudad de 18 millones de habitantes, eran unos pocos miles. En Jordania, Siria, el Líbano, Kuwait, Bagdad o Marruecos, unos pocos cientos. En Libia, no llegaban a cincuenta. En total, puede que hablemos de no más de siete mil personas. En todo el mundo.

Esto no quiere decir que lo ocurrido carezca de importancia o consecuencias. En política, lo que importa es lo que parece. Pero quizás el lugar en el que acabe teniendo más efecto la blasfemia peor rodada de la historia sea Estados Unidos. En principio, la tragedia de Bengasi ha servido para que Mitt Romney sufriese un revolcón, al criticar al presidente en mal momento. Pero todavía puede volverse contra Barack Obama. La inestabilidad exterior no le beneficia, y si ocurre otro incidente grave en una embajada, lo que puede pasar incluso con manifestaciones poco numerosas, le costaría caro.

A quien ya afectan las imágenes de embajadas asediadas es a la opinión pública norteamericana, a la que ahora va a ser imposible venderle una intervención en Siria. Esta posibilidad, bastante remota hasta hace poco, empezaba a perfilarse últimamente ante las dificultades de los rebeldes armados. Pero la muerte del embajador Stevens va a ser un recordatorio permanente de lo peligrosa que es la creencia de que los enemigos de tus enemigos son tus amigos.

Precisamente Libia plantea el problema opuesto. Washington se ve empujado a actuar contra las células yihadistas de Cirenaica, responsables de la muerte de Stevens. Los aviones no tripulados ya sobrevuelan la zona desde hace días y en cualquier momento pueden empezar a caer los misiles. Pero esto podría hacer implosionar al país, que se encuentra en un estadio previo a la «somalización», con señores de la guerra y guerrillas incontroladas. Libia no es antiamericana, pero podría dejar de serlo.

Y finalmente está Egipto, quizá lo que más preocupa en Washington. El Gobierno islamista le ha echado un cabo a los norteamericanos no convocando ninguna manifestación de protesta, pero los medios han visto con suspicacia su condena simultánea del filme y la violencia antiamericana (como si pudiese esperarse otra cosa).

Por ejemplo, va ser difícil para Obama hacer que se apruebe en el Congreso la tradicional ayuda económica norteamericana a Egipto. Eso debilitaría sobre todo al Ejército egipcio, que es el organismo que recibe la mayor parte, y fortalecería todavía más al Gobierno islamista de Mohamed Mursi. Egipto es clave para la diplomacia norteamericana de la zona, diseñada para proteger a Israel, pero hace unos días a Obama se le escapó en una entrevista que «Egipto no es un aliado, aunque tampoco un enemigo». El desliz quizá acabe convirtiéndose en una predicción.

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