Involución política en la UE

leoncio gonzález LA VOZ / REDACCIÓN

INTERNACIONAL

La posibilidad de ir hacia dos Europas distintas es real por primera vez. Por Leoncio González.

13 nov 2011 . Actualizado a las 10:34 h.

¿No habíamos quedado en que Grecia entró en el euro por la puerta falsa, maquillando sus números? Entonces ¿cuál es el motivo de prodigar tantas alabanzas al nuevo primer ministro griego, Lucas Papademos, por ser el padre del ingreso de su país en la unión monetaria? ¿Quizás no estaba al tanto, cuando era gobernador del Banco de Grecia, de las artimañas que se hicieron para aprobar el examen de acceso a la eurozona?

No es la única nota que desentona en la blitzrieg tecnocrática que acaba de consumarse en la cuna de la democracia. Ninguna de las semblanzas sobre el protagonista de esta extraña operación aclara si es diputado o no. Total, ¿qué importancia puede tener un dato así? Lo que cuenta, se pensará fríamente, es que acometa sin dilación los recortes adicionales que implica el nuevo paquete de rescate.

Sin embargo, cuando se repara en ello, encoge el corazón. Que no se haya podido encontrar mejor salida que encomendarse a una de las personas que estuvo en el origen de la bancarrota actual de su país, alguien que además no pasó la reválida de las urnas, dice mucho de los estragos que está causando la crisis de la deuda en el terreno de la política. Puede que tranquilice a los mercados, pero está dando la razón a quienes, como Habermas, denuncian que se ha abierto una «era posdemocrática» en la UE que conculca sus valores básicos.

La evaluación de daños desasosiega. En los 18 meses transcurridos desde que se descubrió el tumor griego, la pareja formada por Merkel y Sarkozy ha convertido en papel mojado la arquitectura institucional del Tratado de Lisboa, al ningunear al presidente del Consejo, jibarizar a la Comisión y eludir al Parlamento Europeo, las tres piezas que, a falta de Constitución, debían vertebrar el proyecto común.

No se les puede imputar que existan dos velocidades, porque las modalidades de compromiso de los países ya eran diferentes antes de que se pusieran ellos a los mandos. Pero ni la una ni el otro son ajenos al agravamiento del foso entre socios de la eurozona y socios que están fuera de ella, convirtiendo por primera vez en real la posibilidad de dos Europas distintas o, como dice la prensa francesa para dulcificar la fractura, de una Unión dentro de la Unión.

El listado no acaba aquí, porque también se ha roto la igualdad entre los países que comparten la divisa y se han creado dos categorías cada vez más claras entre buenos y malos, cumplidores y tramposos, centrales y periféricos. Hay pruebas: la última, la creación de un sanedrín que no está previsto en ningún tratado, el GdF o Grupo de Fráncfort, desde el cual, sin ninguna legitimidad institucional y sin más representatividad que su fuerza, Merkel y Sarkozy han empezado a trazar las rutas que se obliga a seguir después a los demás.

Una consecuencia es el aumento del déficit democrático que arrastra la Unión desde su nacimiento. Crece la separación entre el núcleo que toma las decisiones y los ciudadanos que sufren las consecuencias, en una deriva que se traslada de arriba a abajo, como una cascada, hacia el interior de los Estados, dando lugar a situaciones inimaginables hace unos meses, como el cambio de la Constitución española de la noche a la mañana o el nombramiento por la puerta de atrás de Mario Monti como senador para allanarle el camino hacia el palacio Chigi.

Radicalizar el malestar

Es cierto que el nombramiento de Papademos tiene su origen en la cobardía de los partidos griegos: se recurre a fórmulas tecnocráticas como la que encabeza porque el Pasok de Papandreu y la Nueva Democracia de Samaras quieren evitar aparecer en las elecciones de febrero como responsables de los sacrificios que implica el nuevo ajuste. Pero no nos engañemos. La maniobra no habría sido viable sin la presión y el plácet de París y de Berlín.

A juicio de Fredrik Erixon, director del Ecipe, un think-tank con base en Bruselas, el coste no es menor: operaciones de ese tipo quiebran la relación de confianza entre representantes y representados sin la cual el sistema de partidos se tambalea. Se puede añadir que brindan un argumento a los partidarios de radicalizar el malestar social pero, sobre todo, que son abono para el populismo: inflaman resentimientos nacionalistas en detrimento del sentimiento de identidad europeísta.

Con todo, podrían verse como efectos secundarios del tratamiento si, a cambio, el paciente se restablece, pero empieza a formarse una masa crítica que lo pone en duda. Simon Tilford y Philip Whyte demuestran en un estudio para el Centro para la Reforma Europea que los desequilibrios del euro no dependen en exclusiva de las disfunciones mediterráneas. Según Ulrike Guérot, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, dos de las medidas que podrían frenar los ataques de los mercados (la transformación del BCE en prestamista de última instancia y la creación de eurobonos) no se adoptan solo porque no tienen encaje legal en Alemania.

Es evidente que este país tampoco tiene incentivos para aprobarlas. Los naufragios a su alrededor lo han convertido en refugio de inversores. Esto le permite financiar cómodamente una deuda que es mayor que la española en relación con el PIB y mejorar el bienestar de sus ciudadanos con nuevas rebajas fiscales. Los demás, mientras tanto, aún no hemos empezado a apretarnos el cinturón.

La gestión de la crisis de la deuda convirtió en papel mojado el Tratado de Lisboa