Lo que no pasó tras el 11-S

Miguel A. Murado

INTERNACIONAL

11 sep 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

A demás de lo que pasó aquel 11-S también es importante reparar en lo que no pasó después. En septiembre del 2001 existía el convencimiento de que aquellos atentados terribles no eran sino el comienzo de algo que se volvería habitual: actos constantes e inesperados de violencia masiva contra ciudades de Estados Unidos y de Europa. Sin embargo, esa epidemia de megaatentados no se produjo, al menos no en Occidente.

Episodios devastadores como los trágicos atentados de Madrid en el 2004, y otros que podrían haberlo sido en la misma medida, como los que se produjeron en Londres, resultaron ser fenómenos de imitación carentes de una dirección coordinada. Afortunadamente, tampoco han tenido continuidad. Las numerosas alertas que se han producido a lo largo de la década han seguido la misma pauta: hechos individuales, planes estrafalarios que los servicios secretos han desbaratado con facilidad y muchas, quizá demasiadas, falsas alarmas.

El terrorismo en Occidente, en números absolutos, no ha aumentado, sino disminuido considerablemente durante esta última década. Diez años después, podemos contemplar el 11-S como una monstruosa anomalía, un hecho singular en la historia de la humanidad más que como el comienzo de una tendencia generalizada.

También a lo largo de estos años hemos tenido que revisar nuestra idea sobre qué es la red terrorista Al Qaida. Se ha hablado mucho de la capacidad de esta organización para transformarse, pero la realidad es que somos nosotros quienes hemos ido transformando nuestra manera de entenderla. Ya ningún experto la imagina como una organización centralizada de alcance global, con «células durmientes» y una estrategia claramente definida. Por razones de precisión, hace ya varios años que se prefiere hablar de «franquicias» de Al Qaida, incluso de una vaga «ideología de Al Qaida».

Al parecer, y salvo quizá el caso de AQPA (Al Qaida en la Península Arábiga), la relación de esas franquicias con el núcleo de la organización no va mucho más allá del uso del nombre. Sin la figura ya de Osama Bin Laden, ese nombre temible de Al Qaida es el mayor capital que le queda. Pero incluso Este es un capital que se esfuma rápidamente.

Diez años después del 11-S, una coalición internacional apoyada por Estados Unidos ha derrocado en Libia a un dictador comprometido en la lucha contra Al Qaida, y ha ayudado a ganar la batalla de Trípoli a un comandante yihadista cuyos vínculos con la franquicia de Al Qaida en Libia nadie pone en duda.

Diez años después del 11-S, en fin, las encuestas muestran que la sociedad norteamericana está más preocupada en estos momentos por la crisis económica que por el terrorismo, incluso cuando las autoridades de su país advierten del peligro de que se pueda producir un nuevo atentado en venganza por la ejecución de Osama Bin Laden. El peligro no ha pasado, porque cuando se trata de terrorismo los peligros nunca pasan del todo, pero tras diez años se ha acabado instalando la sensación de que el 11-S forma parte más de nuestro pasado que de nuestro presente.

Si realmente fuese así, sería cuando por fin podríamos decir que los atentados del 11-S han fracasado.

El terrorismo en Occidente no aumentó, sino que disminuyó, esta última década