Han creado el Mandela chino

Leoncio González

INTERNACIONAL

11 dic 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Es la primera vez desde 1936 que el premiado o, en su defecto uno de sus familiares, no pueden acudir a recoger el Nobel de la Paz. En aquella ocasión el distinguido era Carl von Ossietzky, un periodista recluido en un campo de concentración por denunciar la escalada de armamentos nazi. China no es obviamente el III Reich, pero con su ensañamiento hacia Liu Xiaobo acaba de mostrar que también puede ser implacable llegado el momento de reprimir a sus disidentes.

Cuando se le eligió surgió un debate sobre la idoneidad del premio porque, aunque estuvo en Tiananmen y es uno de los redactores de la Carta 08, Liu no tiene en China la talla moral o política que en su momento tenían galardonados indiscutidos como Sajarov en la URSS o Suu Kyi en la antigua Birmania. Exiliados con autoridad notable entre la disidencia china como Wei Jingsheng le reprocharon su moderación, mientras varios analistas reprendían al Comité Nobel por premiar ahora a un chino cuando no lo hizo inmediatamente después de la represión de 1989.

Sin embargo, la sobrerreación histérica de los mandarines chinos, un comportamiento cruel e impertinente, ha disipado esas dudas y confirmado tanto la justicia como la oportunidad de la decisión. En el afán por boicotear el premio y al premiado, Pekín arruinó años de inversión en soft power para embellecer su marca exterior, validó con su desmesura represiva en el interior del país el diagnóstico que se hace en la Carta 08 y mostró el escaso recorrido que tienen las reformas de que hablan sus líderes. Si no fuera suficiente, se expuso al ridículo al montar un Nobel alternativo cuyo primer agraciado lo rechazó y ha dejado ver un estilo de matón de película de artes marciales, inquietante pero estéril porque, al final, la campaña de presión a la que sometió a numerosos países para que no asistiesen a la ceremonia le salió por la culata.

¿Qué hará ahora con ellos? ¿Consumar las amenazas por no ponerse de su lado? Los economistas alemanes Andreas Fuchs y Nils-Hendrik Klann denominan «efecto dalái lama» a la sanción que reservan los jerarcas chinos para aquellos países que reciben al religioso tibetano. Consiste en una restricción de las exportaciones que oscila entre el 8,1 y el 16,9%, suele durar dos años y se practica desde que Hu Jintao es presidente. En una palabra, el uso del comercio exterior como arma política.

Podrían utilizarla, claro que sí, pero sería un error más. Han conseguido hacer de un disidente honesto pero aislado como Liu un nuevo Mandela, conocido mundialmente, y de ese hermoso manifiesto constitucionalista que ayudó a escribir, la puerta por la que quiere entrar la democracia en China.