El precio secreto de un conflicto mal contado

Miguel A. Murado

INTERNACIONAL

03 ago 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Alguien dijo que una de las cosas más deprimentes de las guerras mundiales fue cuando surgió la necesidad de numerarlas. Lo mismo podría decirse de las guerras del Golfo. De ellas, la segunda, la que comenzó ayer hace veinte años con la invasión de Kuwait, fue la menos mortífera, pero quizá sea la más recordada, hasta el punto de haberse convertido en «la guerra del Golfo» por antonomasia.

En principio, la causa era el petróleo. Durante ocho años, el Ejército de Sadam Huseín se había desangrado en un conflicto contra el Irán de Jomeini al que lo habían empujado, entre otros, Arabia Saudí y los emiratos del Golfo. Pero, una vez terminada la guerra, estos mantenían artificialmente bajos los precios del crudo, lo que perjudicaba a un Irak empobrecido. Los soldados que entraron en Kuwait aquel 2 de agosto de 1991 iban a cobrarse esa deuda.

Fue un error de cálculo por parte de Sadam, y no sería el último. Sospechaba, correctamente, que Estados Unidos no tenía interés por Kuwait. Pero el movimiento de tropas amenazaba directamente a Arabia Saudí, y eso ya era otra cosa. Con la guerra fría recién terminada, Washington pudo coleccionar una coalición gigantesca, y los saudíes y los emires pagaron la factura.

La guerra fue un extraño anticlímax. La que iba a ser «la primera guerra retransmitida en directo» se quedó en la más censurada y peor contada en muchos años. Las bombas inteligentes no fueron ni limpias ni precisas. El foco de atención se puso en Israel, donde caían unos pocos cohetes iraquíes que no causaron ninguna víctima, pero que se exageraron fuera de toda medida. No fue un momento glorioso del periodismo. El Ejército iraquí apenas luchó, el aliado no tuvo casi bajas y las muertes de civiles iraquíes quedaron silenciadas por el interés de ambos bandos (Sadam tampoco quería que se conociese el coste).

Pero el mayor error fue creer que la victoria había hecho al mundo más seguro. Las bases norteamericanas en Arabia se convirtieron en permanentes. Diez años más tarde, un grupo de terroristas procedentes del Golfo y de Arabia Saudí estrellarán tres aviones comerciales contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono en venganza por esta ocupación de los lugares santos del islam. En cierto modo, será el último ataque de la guerra del Golfo. Y también el primero de otra larga serie de guerras que ha ensangrentado Oriente Medio durante diez años más, y transformado radicalmente el mundo en que vivimos.