«Necesitamos ayuda, pero queremos respeto»

Silvia Ayuso

INTERNACIONAL

26 ene 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Tras unas horas en Haití se aprende a distinguir el ruido de los disparos y la distancia a la que se producen. Los cadáveres que cada tanto se ven en las calles de Puerto Príncipe, no los aplastados por el seísmo, sino cuerpos masacrados con una saña que hace que la palabra maldad se quede corta, abandonados como una señal de advertencia o de territorio marcado, son un recordatorio de lo que se cuece en lo más bajo de la capital, donde el Gobierno se ha convertido en un fantasma.

Varias oenegés han comenzado a denunciar violaciones de mujeres en los campamentos donde se hacinan miles de personas sin techo y el secuestro de niños tanto en los campos como en orfanatos. Sin embargo, entre tanto horror, entre tanto caos, entre tanta desesperanza, los haitianos buscan recomponer su dignidad perdida.

Resulta imposible borrar de la retina la imagen de hombres y mujeres lavándose en plena calle desnudos, a la vista de todos, compartiendo un pequeño chorro de agua que brota junto a una esquina de los campamentos de refugiados. Lo que en un primer momento parece una nueva pérdida de dignidad cambia cuando se comprende la magnitud del esfuerzo.

Entre basura

Puede que vivan hacinados desde hace días en precarios campamentos bajo lonas de plástico o incluso sábanas rescatadas del desastre. Obligados a convivir junto a las montañas de basura que solo en los últimos días han empezado a ser recogidas, sumidos en el olor a orín que desprende la falta de retretes portátiles para tantas miles de personas.

Pero, sorprendentemente, los haitianos no huelen . En medio del desastre, del hedor de la ciudad, han logrado mantenerse limpios, la ropa lavada y tendida cada mañana entre las cuerdas que mantienen levantadas sus paredes de tela. No es un esfuerzo sobrehumano. Es un milagro.

Aunque muchos han perdido también sus hogares e incluso a familiares, incontables grupos de boy scouts haitianos salen cada día con su quién sabe cómo uniforme impecable, pañoleta al cuello, a ayudar en lo que sea, en la recogida de cadáveres, trasladando heridos, ayudando dentro del caos o incluso prestando consuelo. Profesores, informáticos, todo tipo de profesionales saben que tardarán mucho tiempo en volver a sus puestos de trabajo, si es que alguna vez vuelven a ponerse en marcha sus empresas.

No han perdido tiempo en tratar de cambiar de profesión, sacando de lo más profundo sus capacidades como chóferes, como intérpretes o lo que sea con tal de no tener que pedir.

Y la mayoría de los que no tienen más remedio que hacerlo, lo hacen con respeto, dando una retahíla de explicaciones en medio de su vergüenza. «Somos un país muy pobre, pero somos una nación y un pueblo muy orgulloso», resume Alia Louis, una trabajadora social haitiana. «Necesitamos ayuda, pero también queremos respeto».