Los marines estadounidenses conquistaron con desconcertante facilidad el centro de Bagdad y destruyeron con la ayuda de los iraquíes los símbolos del poder que ha imperado 24 años En el norte y sur de la capital aún se registraban anoche escaramuzas.
10 abr 2003 . Actualizado a las 07:00 h.No faltó de nada. Hubo niños aupados por sus padres al regazo de los marines, gritos de júbilo, flores para los libertadores, cambios de chaqueta y la demolición de una estatua de Sadam Huseín, a falta de poder acabar con el verdadero. Fue un capítulo para la historia hecho de retales de Bienvenido Mr. Marshall y Rambo , un momento inenarrable que las cámaras de televisión deglutieron con avidez y los bagdadíes vivieron entre curiosidad y asombro. La entrada de los marines de George W. Bush en el centro de Bagdad con desconcertante facilidad marcó el derrumbamiento del régimen, con la sola resistencia de descontrolados milicianos armados, aunque la mayoría abandonaron las trincheras para vestirse de civiles y pasar desapercibidos. Defensa fallida Los llamamientos de Sadam Huseín a su Ejército y a la ahora ya no tan temida Guardia Republicana para defender hasta la muerte Bagdad no surtieron efecto. Las armas químicas, de tenerlas, tampoco fueron utilizadas. La capital respiró con tranquilidad ante la perspectiva del fin del asedio, aunque la aparición estelar de los estadounidenses no terminó con las hazañas bélicas: a lo largo de la tarde y noche de ayer siguieron registrándose escaramuzas aisladas en el norte y el sur de la ciudad. A las 16.30 horas (dos menos en España), el primer americano echó pie a tierra oficialmente en Bagdad. Fue a la entrada del hotel Palestina, convertido, con el Sheraton, en el nuevo centro estratégico de Bagdad. El coronel Ryan McCoy, del Tercer Batallón del Séptimo Regimiento de Marines, aguantó con disciplina la acometida de la prensa. «Fue una entrada accidentada, con cierta resistencia, pero la población iraquí es muy amable y no quiere líos. Nos ha recibido muy bien, tirándonos flores», dijo.Media docena de blindados rodeaba la plaza Al Fardus, con sus efectivos en alerta por los esporádicos disparos que se oían por los alrededores. «Estamos aquí para restablecer el orden», añadió el coronel. «Porque éste es ya un país libre».McCoy fue cumplimentado por el director del hotel Palestina, donde la víspera un carro de combate estadounidense había asesinado a dos cámaras, uno de ellos José Couso. No hace falta decir que el responsable del hotel se puso literalmente a los pies del americano como hasta la víspera hacía con los funcionarios del Gobierno iraquí - business are business- . Es de prever, además, que dicho establecimiento se convierta en el cuartel general oficioso del Ejército de EE.UU.El hotelero no fue el único. Miles de bagdadíes salieron a las calles, tras afeitarse las barbas y cambiar sus túnicas por pantalones. «La mayoría de los que están aquí, ayer vitoreaban a Sadam», comentaba resignado el ingeniero Qais Jamir. Entre los curiosos abundaban los chiíes y los kurdos, los más castigados por el extinto régimen.La entrada de los estadounidense se realizó desde el norte y el sur a través de la calle Saadun, que quedó completamente cortada al tráfico por las decenas de vehículos blindados y de transporte de tropas. «A partir de ahora nos encargaremos de la seguridad de esta área», afirmó el coronel. Media docena de blindados montaba anoche guardia en la plaza Al Fardus. Registro de hoteles Media hora después de la triunfal entrada, un centenar de marines se repartió el registro de los dos hoteles. En el Sheraton, los efectivos entraron a lo Rambo en el vestíbulo, actuación que provocó dramáticas escenas: mujeres y niños levantando los brazos en señal de rendición, desmayos, ataques de histeria. Los marines rastrearon las plantas palmo a palmo en busca de armas y de los fedayines Sadam. Idéntica operación se repetía a la vez en el Palestina. Tras media hora de registro, los marines se retiraron a sus respectivos vehículos. Mientras, los vehículos militares daban vueltas en torno a la plaza y los iraquíes congregados manifestaban su repentina adhesión al nuevo régimen de mando. «Sadam, danger», decía Amir Ali. «Sadam over», mantenía Aisa. Nadie quería hablar de Sadam, el vencido, aunque menudeaban los rumores sobre su posible escondrijo. Sólo unos pocos veían en la entrada de los americanos el inicio de una incógnita, en vez del fin de una etapa. Otros lloraban a sus muertos. Los marines entraron a lo Rambo en los hoteles Palestina y Sheraton desatando el pánico entre las familias refugiadas Parte de los iraquíes saludaron a los soldados, mientras otros lloraban la muerte de mujeres y niños