Los secuestradores actuaron sin apoyo en EE. UU. y se llevaron sus secretos a sus tumbas
01 sep 2002 . Actualizado a las 07:00 h.Hace casi un año, a las 8.48 horas de una mañana resplandeciente, un Boeing 767 de la compañía American Airlines se incrustaba en el costado de la más septentrional de las Torres Gemelas de Nueva York. Era el comienzo de una jornada llamada a marcar la historia de la primera potencia mundial. Tres vuelos comerciales protagonizarían en los siguientes 76 minutos otras tantas tragedias: en la segunda de las Gemelas, en el Pentágono y en una zona rural de Shanksville (Pensilvania). Todo el planeta descubriría muy pronto que los atentados del 11-S tenían nombres propios. Habían sido ejecutados por 19 individuos a los que las autoridades identificaron con sorprendente celeridad. Nombres como Mohamed Atta o Marwan al Shehi se convirtieron repentinamente en figuras destacadas de la galería de monstruos que han hecho sangrar a Occidente. Al Qaida, la organización terrorista fundada por Osama Bin Laden, pasó a situarse en el punto de mira de propios y extraños. Sólo fue necesario que George Bush vinculara a los 19 secuestradores con las huestes del disidente saudí. Sin embargo, lo que escondía tras aquella fecha nefasta y sus suicidas protagonistas era entonces un misterio. Y, doce meses después, sigue ofreciendo más preguntas que respuestas. Las investigaciones sólo han alumbrado un retrato inconcluso, con estribaciones en los cinco continentes, en el que imperan los rasgos anecdóticos y faltan las certezas. Sin apoyo interno Aunque en Estados Unidos más de un millar de personas han pasado -o aún continúan- por prisión por su supuesta conexión con la trama terrorista, los sabuesos del Tío Sam han concluido que los 19 secuestradores actuaron sin apoyo interno. Llegaron del extranjero con visados legales, generalmente de estudios, se establecieron en el seno de la Unión, y esperaron pacientemente durante meses para ejecutar una misión gestada muy lejos. Las conjeturas más recientes sugieren que los ataques del 11-S fueron ideados en Afganistán, desarrollados en Alemania y financiados con fondos procedentes de Emiratos Árabes Unidos. El pasado miércoles, un fiscal alemán abundó en esta hipótesis al atribuir a la célula de Hamburgo -el grupo encabezado por Atta, y en el que estaban integrados al menos Marwan al Shehi y Ziad Jarrah, tres de los pilotos suicidas del 11-S- la organización de los atentados. La información fue hecha pública en el primer procesamiento que las autoridades germanas llevan a cabo en conexión con los actos terroristas. El inculpado es Mounir el Motasadeq, un marroquí de 28 años al que se acusa de complicidad y pertenencia a una banda armada. En Berlín, la Fiscalía sostuvo que los ataques comenzaron a prepararse en octubre de 1999. Y que los objetivos fueron decididos en abril o mayo del año siguiente. Los investigadores han logrado hilar los movimientos que los secuestradores realizaron en los meses previos al 11-S. Determinar cómo entraron en Estados Unidos, sus viajes dentro del país y al extranjero -península Ibérica incluida-, su asistencia a escuelas de vuelo en pleno corazón de la Unión, y hasta las transferencias monetarias que recibieron o realizaron. No obstante, los entresijos últimos de la operación se han ido con los suicidas a sus tumbas. Una de las principales novedades de los ataques del 11-S es que sus autores no contaron con colaboradores conocidos. Con testigos que puedan arrojar luz sobre lo sucedido. Kenia y Tanzania Cuando Al Qaida atentó contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania, en 1998, las operaciones se ejecutaron con apoyo doméstico. Algunos miembros de la organización no abandonaron los dos países antes de los atentados, como estaba previsto. Y muchos fueron arrestados. Ese error no se fue repetido en territorio americano. «Unos 23 individuos fueron procesados por lo de África. Por lo del 11-S, tenemos sólo 19 sujetos muertos», han afirmado fuentes policiales estadounidenses.