Una enigmática sonrisa

GALICIA

PILAR CANICOBA

Es difícil saber si la imagen electoral de Ana Pontón es la de quien solo disfruta de una autonomía controlada en su organización, o si expresa la alegría del que goza de plena autodeterminación

11 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Para descifrar la enigmática sonrisa que lucía Ana Pontón en los carteles electorales, más que a un experto en los intrincados vericuetos del nacionalismo necesitaríamos recurrir a Margaret Livingstone. Se trata de una neuróloga especializada en percepción visual que allá por el año 2005, en un congreso celebrado en A Coruña, desveló un hallazgo revolucionario sobre la Gioconda, cuya expresión como se sabe ha provocado innumerables conjeturas. A tono con el lugar donde se encontraba la científica, dijo que «depende». Mona Lisa reía o estaba triste dependiendo de la posición del espectador y de la parte del cuadro en la que se posara la mirada. De acuerdo con su tesis, Leonardo habría dejado una obra ambigua y desconcertante, más propia de un gallego que de un florentino.

Lo mismo sucede con la lideresa del BNG. Difícil saber si la suya es la sonrisa forzada de quien solo disfruta de una autonomía controlada en su organización, o si expresa la alegría del que goza de plena autodeterminación. Ha habido tantos portavoces nacionalistas meramente autónomos, a los que aplicaban el 155 cuando intentaban volar por si solos, que las dudas sobre ella tienen sobrados precedentes.

Volviendo a la teoría de la señora Livingstone, si nos fijamos en el llamamiento de Ana Pontón para dejar atrás la «resistencia» parece que estemos en la antesala de una perestroika del nacionalismo tras décadas de desengaños con una Galicia que es «ceibe» a su manera y «popular» votando al PP. Pero si reparamos en los invitados estelares al Día da Patria, todos con alguna revolución pendiente, la conclusión es que sigue en pie el muro que separa al BNG de la mayoría social gallega.

La gran ventaja que tiene la Gioconda sobre Ana Pontón es que no necesita desvelar sus misterios para que grandes multitudes acudan a admirarla al Museo del Louvre. Pasa el tiempo y ningún otro retrato expuesto logra competir con ella. Al final de la jornada siempre gana por mayoría absoluta. En cambio, la sonrisa de la portavoz ha de decantarse si quiere sacar la nacionalismo de su largo impasse. En el cuadro político que el pueblo soberano viene pintando, con ligeros retoques, desde el comienzo de la autonomía, los populares acaparan el galleguismo ambiental y al otro lado hay una pugna balcánica con diversos actores en la que el BNG a veces gana y a veces pierde. Si prescindimos de trampantojos, el prudente Urkullu que deja la independencia para las fiestas de guardar se parece más a Feijoo que a Pontón. El nacionalismo práctico de uno se contrapone al que todavía está lastrado por contradicciones que ahora se ocultan tras una sonrisa, la de Ana, difícil de descifrar. Por esa razón, aparte de livianos comentarios como este, un dictamen de la profesora Livingstone sería de lo más oportuno.

Del poder a la tertulia

Quien se sorprenda del desembarco de expolíticos en las tertulias olvida que la tertulia y la política no son tan diferentes. Durante un tiempo se pensaba que estaban separadas por la seriedad, de modo que la política consistiría en tratar los asuntos con rigor mientras que la tertulia los maltrataría a base de frivolidad. Semejante equívoco se debía al grado de transparencia de una y otra actividad. El tertuliano tenía la desventaja de actuar en público, como el actor sobre el escenario, con lo cual quedaban en evidencia sus carencias. En cambio el político se situaba tras las bambalinas y sus apariciones eran estereotipadas. Todo eso cambió. Celosos de la popularidad del tertuliano, algunos políticos se hicieron dicharacheros y otros llevaron al Gobierno ideas peregrinas que parecían plagiadas de cualquier Sálvame. Conque los exministros y antiguos vicepresidentes que están tomando los platós, en realidad ya ejercían de tertulianos cuando estaban en el cargo. Sin el BOE, ahora son casi inofensivos.

  

El anzuelo de la homofobia

El mártir de la homofobia resulta ser alguien que se dedica a la prostitución. Sus heridas pasan de ser la prueba irrefutable del odio hacia el colectivo LGTBI a formar parte de unas sórdidas prácticas con el cliente. Pero lo más significativo del caso, lo que revela el clima mefítico del país, es que el sujeto intente enmascarar lo sucedido como un atentado homófobo. Sabía que en ese anzuelo picaría hasta el presidente del Gobierno. Cualquier cautela se soslaya si existe algún asomo de homofobia. Si alguien alza la voz pidiendo prudencia, se arriesga a ser incluido en un cajón de sastre donde la mera discrepancia con las posiciones de los grupos que representan las distintas variedades sexuales se mezcla con la agresión y el asesinato. Discrepante y asesino son homófobos por igual y vinculados a la derecha. La víctima, real o supuesta, es incorporada de inmediato a la causa, sin que sirvan de nada las súplicas de un padre como el de Samuel Luiz. El chaval este de Malasaña le tomó el pelo a una sociedad desquiciada.