Ángeles y demonios en una tierra quemada y escarmentada

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

GALICIA

Emilio Moldes

Con el miedo en el cuerpo por los últimos fuegos, los vecinos pelean para no tener maleza al lado de casa

17 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La prueba del algodón se hace en Ponte Caldelas (Pontevedra). La excusa es que fue uno de esos municipios que el 15 de octubre del año pasado ardió por los cuatro costados. Pero, en realidad, se podría elegir cualquier otra aldea de cualquier otro municipio gallego, porque todos guardan cicatrices del desastre forestal. El objetivo es saber si la obligación de limpiar las fincas ha removido conciencias y agilizado las desbrozadoras. O si, en realidad, todo sigue como siempre. Así que, directos al corazón caldelano, donde se empieza preguntando por la maleza y se remata descubriendo que, en realidad, para entender que haya tantas fincas abandonadas hay que mirar dentro de una Galicia rural despoblada, minifundista, con referencias catastrales del año catapún y en la que muchas tierras son de emigrantes que no volvieron o de herederos que jamás las pisaron -en Ponte Caldelas, por ejemplo, hubo un éxodo enorme a Brasil y la gran mayoría de vecinos nunca retornaron-.

En la aldea de Rebordelo, María lava la ropa en un pilón municipal. Viuda y al cargo de su madre dependiente, encarna a los ángeles que tiene repartidos Galicia por el rural, que son los artífices de que la cosa forestal no esté peor de lo que está. Hasta hace cinco años, ella y su marido, de cincuenta y tantos años, tenían impoluto el verde que circunvala su casa. Limpiaban su terreno e intentaban que los colindantes hicieran los propio. Si no lo conseguían, como ella cuenta, «abriamos cortalumes a punto, ¿ou iamos esperar a que ardera todo?». Él se murió hace un lustro. Y ella ni conduce el tractor ni la segadora que les daban la vida. Pero da igual: «Cargo ao lombo a desbrozadora e limpo todo, tanto o meu eirado como o camiño e se hai que facer cortalumes no terreo doutro que non vén limpar, fágoos», explica. Eso sí, le da mucha rabia que a pocos metros haya una finca con dueños identificados llena de maleza. Tanto ella como otro vecino avisaron a los propietarios para que no la tengan así, pero la cosa no sirvió de mucho. Razona ella: «A finca que está mal é dunha señora que morreu, os seus herdeiros venderon a casa que tiña, pero os comareiros aí os deixaron, cheos de silveiras... E eles sen poñerse dacordo para limpalos... Iso tampouco é de lei».

Rebordelo. María, una vecina de esta parroquia de Ponte Caldelas, ha decidido limpiar su finca y el camino vecinal por el temor a que la foresta que circunda su vivienda se convierta en un problema en caso de incendio
Rebordelo. María, una vecina de esta parroquia de Ponte Caldelas, ha decidido limpiar su finca y el camino vecinal por el temor a que la foresta que circunda su vivienda se convierta en un problema en caso de incendio emilio moldes

«A min non me molesta»

En Covelo, otra aldea donde el fuego anduvo cerca en octubre, está la antítesis de María. Hay en medio y medio de las casas una vivienda abandonada, llena de maleza y cuyos helechos casi saludan por la ventana del vecino. Se le pregunta a un paisano entrado en años, que tiene su hogar a tiro de piedra de este desmadre verde, si no teme un incendio: «A casa era dun tío meu que morreu. A min non me molesta, non creo que pase nada», señala. Otro vecino, mucho más joven, apostilla: «Si, está mal, pero arredor da miña casa tamén e é da miña propiedade. ¿Quen se pon a limpar? Eu estou de baixa e non podo e cartos non hai. Os pobos están todos abandonados».

Cerponzóns. Esta franja de seguridad es un ejemplo de los trabajos que se deben realizar para cumplir con la normativa y prevenir el impacto de un eventual fuego
Cerponzóns. Esta franja de seguridad es un ejemplo de los trabajos que se deben realizar para cumplir con la normativa y prevenir el impacto de un eventual fuego emilio moldes

Puede que no mienta, que cree lo que cuenta. Pero en Ponte Caldelas hay muchos vecinos como María. Aparecen rápido en Parada. En este pueblo el fuego se coló hasta la cocina en el 2017. A José, por ejemplo, le ardió un tractor. Así que los vecinos se pusieron en pie de guerra con la dueña de varias fincas llenas de maleza en plena aldea. No vive allí, pero la llamaron por teléfono. Dicen que les colgó. Están pensando en pedir auxilio al Concello. Mientras tanto, ellos limpian lo más próximo a sus viviendas. «Pasámolo moi mal o ano pasado, vimos o lume enriba nosa. Isto hai que paralo como sexa», dicen Remedios y Ana con una misma voz.

En otra aldea, en Tourón, cuentan que los eucaliptos pegados a las casas fueron cortados recientemente. Pena que fuese así en todos los casos. Porque María y Ana, madre e hija, viven con el miedo a que los pinos y eucaliptos que rodean su coqueta casa acaben «estalando coma foguetes». Ellas, todo voluntad, limpian el camino que las separa de los árboles. Pero la suya, con los troncos enormes acechándolas y el verde desmandado, parece la lucha de David contra Goliat.