Los niños del Cason: «Mirábannos como se fósemos refuxiados»

Marta López CARBALLO / LA VOZ

GALICIA

Jorge Parri

El 11 de diciembre del 1987 Fisterra era una villa fantasma tras la huida masiva de sus habitantes la noche anterior

07 abr 2022 . Actualizado a las 21:23 h.

Si el día que embarrancó el Cason reinaba la incertidumbre en Fisterra, apenas cuatro días más tarde se desató la histeria colectiva. Poderosas explosiones se escuchaban desde tierra, el barco se resquebrajaba y los cadáveres se apilaban en la lonja: el miedo era real. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, pero esa noche se produjo una auténtica estampida para dejar Fisterra y buena parte de las localidades limítrofes. «Foi tan rápido que só deu tempo a coller dous ou tres pantalóns e outras tantas camisetas. O resto, toda a nosa vida e a nosa historia, quedou atrás».

Así lo recuerda Víctor Escarís, que allá por 1987 tenía apenas 14 años. Su familia escapó como pudo a Noia, entre centenares de vehículos que ocupaban ambos carriles de la carretera que sale de Fisterra. «Como era lóxico, ninguén quería entrar en Fisterra, agás os autobuses que ían recoller á xente, que se tiñan que botar ás cunetas e agardar a ter un oco para incorporarse».

«Fisterra quedou tan deserto que os meus irmáns podían xogar co triciclo no medio da rúa»

Manuel Alejandro Pérez, Jano, cuenta por centenares la cantidad de autocares que a lo largo de la madrugada del 11 de diciembre llegaron al fin del mundo. «Era un detrás doutro, un absoluto colapso». Pese a tener todo listo para marcharse, su familia fue de las pocas que, finalmente, decidió quedarse en casa, aunque la incertidumbre y la falta de información no dejaron dormir a nadie. La mañana siguiente a la gran estampida Fisterra parecía un auténtico pueblo fantasma. «Quedou tan deserto que os meus irmáns pequenos xogaban co triciclo na rúa. Non había coches, non había persoas, non había nada», explica Jano.

Esos días pabellones, albergues, colegios y pensiones se llenaron de los más de dos mil evacuados de la Costa da Morte. Javier Carballo, que era apenas un bebé cuando se hundió el Cason, cuenta que Muros y Noia fueron los primeros destinos que tomaron sobre todo los que provenían de Cee y Corcubión, pero que rápidamente «o espazo se esgotou, porque xa non cabía tanta xente», así que fueron reubicados en Santiago de Compostela y A Coruña. Así, familias enteras quedaron separadas y sin noticias de sus allegados. La incomunicación era total y a algunos les costó días ubicar a sus seres queridos. Ejemplo de ello es la familia de Sara Martínez, que se quedó en Corcubión porque su padre, Cayetano, fue contratado como taxista por la compañía aseguradora del carguero. «A miña irmá, que estaba estudando na Coruña, pensou que evacuáramos e buscounos por todas partes», relata.

El resto, los que sí decidieron huir, llegaron a sus puntos de destino en taxis, autocares, coches particulares y hasta en camiones de pescado. Algunos fueron afortunados, como la familia de Javier Carballo, que se alojó en un cómodo hotel en Muros. Otros no tuvieron tanta suerte. Pese a que todos coinciden en reconocer la gran ayuda prestada por la ciudadanía y algunos abrieron incluso sus puertas para acoger a los «escapados», muchos evacuados se agolpaban en pabellones y dormían encogidos en literas infantiles. Las dos caras de la moneda.

Lo vio de primera mano la corcubionesa Susana Trillo cuando llegó a Muros. «Chegamos no noso coche tapados con mantas, pois era plena noite, e lembro que levantei a cabeza, mirei pola fiestra e vin a toda a vila de Muros botada á rúa mirando como chegabamos todos». Dice Susana que en aquel momento vibró con una sensación muy extraña que no supo identificar. «Os veciños mirábannos como se fósemos refuxiados», dice hoy, con la perspectiva que ofrecen los años pasados.

«A xente pensaba que isto sería a segunda parte de Chernóbil, que fora dous anos antes»

Fueron momentos de incertidumbre los que se vivieron la noche de las evacuaciones, pero las horas posteriores a las explosiones la tensión bien podrían cortarse con un cuchillo afilado. La información gubernamental llegaba a los ciudadanos muy dosificada, pero las noticias vuelan en un pueblo tan pequeño como es Fisterra, y la alarma florecía por instantes. «Non tiveron ningún control, descargaban os cadáveres dos mariñeiros coma se de peixe se tratase, mesmo cando había nenos diante mirando», explica Manuel Alejandro.

Entre escenas como esta y las imágenes emitidas en televisión, los ánimos se caldearon de tal modo que incluso hubo peleas en la calle. Los políticos llamaban a la calma, pero otros colectivos alertaban de una posible crisis biológica. «A xente pensaba que isto sería a segunda parte de Chernóbil, que estaba moi fresco, pois sucedera dous anos antes», apunta Susana Trillo.

Con el paso de los días, las localidades costeras de la Costa da Morte fueron recobrando su vitalidad habitual, aunque el miedo es una sensación tenaz y no se va así como así, reconocen los entrevistados, a los que aún hoy les cuesta borrar las imágenes del Cason de su memoria.