La iniciativa que impulsó la Ciudad de la Cultura es asumida hoy, mayoritariamente, como el origen de un problema. Sin embargo, las voces críticas que se pronunciaron en los primeros años de aquel proyecto, antes de que nadie imaginase la crisis económica que estaba por venir, resultaron incómodas y no encontraron espacio en los medios.
Para muestra, basta un botón. En el 2004 dirigía, junto a Jesús Irisarri, la revista Obradoiro, editada por el Colexio de Arquitectos de Galicia. Decidimos dedicar el número 31 a las arquitecturas que no se asientan simplemente sobre el terreno, sino que tienen la voluntad de ser ellas mismas topografía. Tres obras en curso en Galicia, en aquel momento, exploraban estas estrategias de proyecto: La residencia del presidente de la Xunta, de Manuel Gallego; las intervenciones en el campus de la Universidade de Vigo, tanto de Penela, como de Miralles y Tagliabue; y la Ciudad de la Cultura, de Eisenman. Todas estas obras formaban parte del número. El título en portada para el monográfico fue: Campos de batalla. Con un entusiasmo que explica que hiciésemos aquel trabajo gratuitamente, solicitamos material gráfico original de los proyectos y de las obras en curso, encargamos un artículo al crítico David Cohn, yo mismo me dispuse a escribir otro, y decidimos solicitar una entrevista a Peter Eisenman.
Estábamos contentos: Benedetta Tagliabue nos había facilitado unas fotografías excelentes de las maquetas del proyecto para la Universidade de Vigo, las vistas aéreas de las excavaciones del Gaiás eran interesantísimas, Cohn nos envió un texto valiente y la entrevista con Eisenman era sustanciosa.
Los contenidos de la revista eran, en su conjunto, severamente críticos con la obra del Gaiás. Algunas observaciones eran especialmente duras, como aquella de Cohn, en la que afirmaba que «el proyecto de Eisenman no tiene más relación con el solar, ciudad o territorio circundante que el típico centro comercial». En cuanto Obradoiro 31 se publicó, se desató la tormenta. En los primeros días del 2005 recibí varias llamadas indignadas, pidiendo explicaciones sobre los contenidos de la revista. La primera fue de la entonces decana del Colegio de Arquitectos, que a su vez había recibido la llamada del enfadado alcalde de Santiago. Los responsables de la fundación Ciudad de la Cultura expresaron su disgusto y cerró la ronda de reproches un airado correo de Peter Eisenman.
En la campaña previa a las elecciones del 19 de junio del 2005, y tras lo vivido, imaginé que la Ciudad de la Cultura iba a ser un punto fuerte en los debates. Todo fue silencio. Si esto fuese un cuento con moraleja, esta no sería un inútil «ya os lo dije», si no la necesidad de afrontar y discutir razonadamente los problemas y escuchar con atención las voces autorizadas. Por eso, cuando se trata de algo tan importante como una intervención paisajística en los vacíos dejados por los edificios no construidos del complejo del Gaiás, como se ha anunciado recientemente, deberíamos reclamar trasparencia, participación y excelencia.
Fernando Agrasar es arquitecto