La Xunta comunicó a su familia que hay una vacante que permite el traslado del anciano a la misma residencia que su esposa
07 sep 2013 . Actualizado a las 06:00 h.La ilusión del octogenario ourensano Antonio Lopes Gonçalves de pasar los últimos años de su vida junto Ana Alves, la mujer que fue su compañera durante medio siglo, va a convertirse en realidad en pocos días.
La Xunta informaba el pasado jueves a su familiar más cercano, su hijastra María Alves, que se había producido una vacante en la residencia de Bande, donde vive Ana desde que el alzhéimer impidió que pudiese continuar en la casa familiar de Santa Comba. Por lo tanto, la Administración da el visto bueno al traslado. El anciano vive en un geriátrico de A Rúa, donde la Xunta le otorgó en agosto la plaza pública que le había reconocido como recurso el pasado mes de enero por a Ley de Dependencia.
«Se va a emocionar muchísimo así que posiblemente lo traeremos, como cada fin de semana, a verla, y se lo diremos ya aquí», señalaba ayer María.
Y es que Antonio no ha dejado pasar más de una semana sin ver a su mujer, pese a las dos horas y media de coche que requiere la distancia entre Bande y A Rúa. «Siempre ha tenido fijación por estar con ella y ella, que está tan mal la pobrecita, cuando lo ve parece que revive», narra la hija de Ana.
Cuando ella ingresó en la residencia de Bande, hace cuatro años, él caminaba diariamente los diez kilómetros que separaban el geriátrico de su casa para pasar las tardes a su lado. Esa rutina se truncó en diciembre de 2012, cuando Antonio apareció empapado e inconsciente tirado junto a las escaleras de su casa. Había sufrido un infarto hemorrágico de origen embólico que le llevó a ingresar en el CHUO.
Una vez dado de alta en el hospital, y merced a un convenio entre la Fundación San Rosendo y la gerencia sanitaria de Ourense para facilitar la convalecencia de personas sin recursos, fue trasladado a una residencia de A Peroxa. Estaba a 40 kilómetros de Bande, pero ni la distancia ni su propia incapacidad -al principio necesitaba silla de ruedas-, desanimó al anciano. Durante los siete meses que permaneció allí todos los sábados pedía, y lograba, que María lo llevase a ver a Ana.
Cuando el 3 de agosto tuvo que dejar la plaza que ocupaba en el geriátrico, porque el convenio sociosanitario finalizó y él no podía asumir con su paga de 525 euros los 1.200 euros que costaba mensualmente su estancia, Antonio regresó a su vieja casa. En ese momento todavía no tenía asignada la plaza pública que le habían reconocido en enero. Fueron siete días complejos para el octogenario, porque su domicilio, con escaleras exteriores e interiores, es impracticable para una persona con su nivel de movilidad y su escasa visión, sin embargo Antonio estaba contento. El hecho de que su hijastra se desplazase a la casa familiar para cuidarle, le garantizaba visita diaria al geriátrico donde estaba su mujer.
Nueva separación
Pero el día 10 de agosto, de nuevo tuvo que romper esa cita cotidiana. La Xunta le otorgó su plaza en A Rúa de Valdeorras, lo que suponía colocarse casi en el extremo opuesto de la provincia, a más de dos horas y media de coche de distancia. Pese a ello, solo ha faltado un fin de semana a la cita. Desde la próxima semana Antonio podrá olvidar las palizas de kilómetros en coche para estar con Ana, y también los cambios de residencia vividos en los últimos meses.
«Es un alivio que vuelvan a estar juntos y sobre todo que no tenga que moverse más porque todas estas idas y venidas no son buenas para alguien como él, aunque tengo que decir que tanto en A Peroxa como en A Rúa lo han cuidado muy bien», apunta María. La hijastras extiende también el agradecimiento «a toda la gente que se ofreció a ayudar». Recuerda especialmente al hostelero de Bande o a la residencia de Arousa que les brindaron habitaciones para que Antonio y Ana estuvieran lo más juntos posible.