De tocarle el gordo a vender el cupón

María Hermida
María Hermida RIBEIRA / LA VOZ

GALICIA

Simón Balvís

La ONCE empleó a un rianxeiro que perdió tres negocios y dos casas

24 abr 2013 . Actualizado a las 14:42 h.

Miguel Collazo, un rianxeiro de 59 años, hasta hace nada era don Miguel. Así le llamaban al cruzar la puerta del banco. Tenía tres negocios, en los que llegó a dar empleo a doce personas, entre ellas sus hijos. Aunque forjó su empresa a base de sudar la camiseta, en el 2003 tuvo una ayuda: le tocó un décimo del gordo de la lotería de Navidad. Lo invirtió todo en sus negocios. Y lo perdió. Todo. El dinero. Los negocios. Y dos casas. Ahora está en el paro, pero pasó año y medio vendiendo cupones. La tristeza de su historia se resume en esta frase: «Grazas a que teño unha discapacidade tiven este traballo, senón xa non sei onde estaría agora».

La historia de Miguel Collazo se torció en el 2006. Cuenta él que en aquel momento sus tres negocios iban «bastante ben». Se dedicaba al transporte, con tres tráileres funcionando, y tenía un taller mecánico y otro de recambios. Pero le tocaba renovar las pólizas de crédito en un momento en el que su liquidez estaba bajo mínimos «polos impagos que tiñamos». No podía tocar el dinero que le había tocado porque estaba pignorado, es decir, lo había puesto de aval para la hipoteca. Y empezaron a desencadenarse problemas. Uno tras otro: la entonces incipiente crisis; las deudas de algunos clientes; el cierre del crédito; el no poder pagar un abogado en condiciones. Sus empresas acabaron entrando en el concurso voluntario de acreedores. Miguel dice que le aconsejaron mal: «Dixéronme que era o mellor para salvalas, e ao final non foi así. Todo ao contrario».

El temido embargo

En el 2010, tras vender los administradores concursales cosas como los tráileres, toda su propiedad acabó embargada. Ahí iban dos casas y dos naves. Las subastó el banco y fue el mismo banco el que acabó adquiriéndolas. «Penso que con iso nin saíu beneficiada a entidade nin eu», dice. Habla así Miguel porque el Banco Popular, propietario desde hace años de los que fueron sus negocios y sus casas, no los usa. De hecho, nunca llegó a desalojarlo. Ayer, este periódico contactó con el banco, que rehusó hablar del caso.

Con su propiedad embargada y casi 60 años, Miguel Collazo tuvo que reinventarse. Logró que la ONCE lo contratase para vender cupones. Estuvo año y medio haciéndolo. Así iba llevando los días. Las noches eran otro cantar. Se acabó lo de dormir tranquilo tanto para él como para su mujer. Por miedo a que un día entrase la policía a sacarles de la casa se marcharon de alquiler. Incluso cambiaron de pueblo para poner distancias. Luego el destino quiso que contactaran con la plataforma Stop Desahucios y fue como encontrar agua en el desierto.

Les imprimieron ánimos para volver a su viejo hogar. Lograron que el Valedor do Pobo saliese en su defensa. Y ahora están en esa casa, conscientes de que no es suya, pero esperando a que la plataforma renegocie con el banco y este «sexa benevolente». Permanece en paro. Él y su mujer viven de una pensión de 394 euros y de la ayuda familiar. Ayer Miguel arreglaba las paredes; el apego no.