Un okupa en el camposanto

Eduardo Eiroa Millares
eduardo eiroa CEE / LA VOZ

GALICIA

Un peregrino instala su hogar en el cementerio de César Portela en Fisterra

02 nov 2011 . Actualizado a las 16:07 h.

Santiago recibe amablemente en su hogar, el nicho central de uno de los panteones del cementerio diseñado por César Portela en Fisterra. Por el momento es el único inquilino ya que el camposanto, construido hace años, aún no se ha estrenado, pero la soledad no le supone ningún menoscabo a la hora de juzgar la calidad del establecimiento. Dice que goza cada mañana de los impresionantes amaneceres sobre la ría de Corcubión y que el nicho, con saco de dormir y esterilla, es cómodo. Y ya lleva dos meses allí.

No acabó en el cementerio por efecto de la crisis. Llevaba, dice, diez años trabajando para una multinacional en Castilla-La Mancha sin vacaciones -prefiere no dar ni apellidos ni más detalles- y un día, tras una mala racha en las relaciones familiares, decidió cambiar de aires. El cambio fue grande.

Con una pequeña mochila de cuero a la espalda con cuatro cosas se puso a caminar. Arrancó allá por julio, sin un rumbo fijo. «Una noche dormí en el campo, vi una estrella y me dije, voy hacia ella», cuenta. La estrella apuntaba hacia el noroeste y enfiló en esa dirección. Por todo dinero llevaba en el bolsillo una moneda para echar a cara o cruz qué camino tomar en cada cruce. Tocó dos veces Portugal y volvió a España para seguir por el Camino de Santiago hasta el final.

Entre sus normas, no pedir ni aceptar dinero. «Hasta ahorré durante el viaje», cuenta con humor mostrando una concha de vieira con 30 o 40 céntimos que se encontró tirados en la ruta.

La otra norma era no dormir en albergues. Así que durmió muchas noches al raso, en iglesias y donde le coincidió hacerlo. Su última parada, el cementerio de Portela en Fisterra. «Tiene algunas deficiencias en la construcción, entra agua entre las juntas de los bloques de piedra», apunta. Un problema sin duda incómodo para los vivos, pero algo menos para los clientes finales de la edificación.

Allí, cuenta, se está bien. No le preocupan el frío ni la lluvia. Para su higiene y para beber tiene una fuente unos metros más arriba y la comida la apaña cuando lo invitan, cazando y pescando. Todo menos lujos, pero parece bastante feliz.

«Tiene algunas deficiencias en la construcción y se cuela agua entre las juntas de la piedra»

Santiago