EN AQUELLOS tiempos en que la naturaleza nos regalaba sus dones, los temporales rendían cosechas. Recorrer la playa en busca de restos útiles era una actividad complementaria de la economía litoral, con nombre propio: andar ás crebas. En castellano derivado del sajón, ir al raque. Los crebeiros o raqueros conseguían llevarse para casa una buena viga, leña para el fuego, sogas para un apaño. Si había algún gran naufragio, el botín podía incluso venderse. La historia y la leyenda nos cuentan de peculiares rogativas para que, de haber alguna encalladura, «por favor, que sea aquí», y de crueles trucos para confundir a los pilotos en noches de tempestad. Para más información, en Internet puede verse un precioso texto del poeta y escritor Fernández Naval, localizable con la misma frase que titula este comentario. Los tiempos cambian y ahora ya no se nos ocurriría colgar faroles de los cuernos de las vacas para atraer barcos hasta nuestra costa. Además ya no tenemos vacas, y ni siquiera las vacas tienen los cuernos que tenían como para colgar faroles. Pero los naufragios siguen y su fruto evoluciona. Estos días, en la Costa da Morte, el maná ha sido tecnológico: impresoras láser, bolsos de rafia sintética de todo a un euro y patatas fritas en China, con sabor a manzana.