EN los próximos diez días se abalanzarán sobre nosotros las imágenes que nos dejó el año: el parto de la Princesa, el cambio en la Xunta, las pantorrillas de Óscar Pereiro en el Tour, el helicóptero de Rajoy estampándose en el suelo...
17 dic 2005 . Actualizado a las 06:00 h.En otro balance anual, el de las estampas absurdas, sobresale la de Carod Rovira posando para Maragall con una corona de espinas. Pero hay muchas. Por ejemplo, el prado-helipuerto del hospital de Monforte de Lemos. Hace tres años, una ampliación del centro médico ocupó la plataforma asfaltada que había destinada para los helicópteros. Desde entonces, los pilotos tienen que aterrizar en un campo de hierba que sólo está señalizado por los respiraderos de los topos, sin perder de ojo la torreta de cableado eléctrico que sobresale en las inmediaciones. Por las mismas fechas en las que comenzó a operar el prado-helipuerto de Monforte, cientos de hormigoneras entraban y salían del pueblo para construir una plataforma de cemento de más de ochocientos metros de longitud, en los terrenos de la estación de tren. Era la primera fase de lo que iba a ser el puerto seco de Monforte. Una especie de centro neurálgico ferroviario de transbordo de contenedores, a pesar de estar a 150 kilómetros de las dársenas de Vigo y a medio camino de las dos autovías de salida hacia la Meseta. La infraestructura -les prometieron a los monfortinos- colocaría la localidad en el mapa de la Galicia dinámica. Desde hace tres años, hay una base de hormigón sobre 30.000 metros cuadrados baldíos. Inacabada y desierta de lunes a viernes. Ocupada los fines de semana por chavales que se pasean en patín o compiten en carreras de coches teledirigidos. Allí no asoman grúas; lo más elevado son los cardos en los bordes del cemento. El prado-helipuerto y el hormigón extendido sobre la estación son absurdos que no cambian porque se acabe un calendario. Siguen ahí. Dos recordatorios de que pertenecemos a un país disparatado.