La monja gogó

GALICIA

SANDRA ALONSO

Anna Nobili fue durante años una reina de la noche en las discotecas italianas; un día decidió dar un giro a su vida y hoy, convertida en monja, enseña a los jóvenes a bailar

06 ago 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

Seguro que algún día llevarán al cine su historia, la de una gogó de discoteca que, harta de excesos, se bajó de los tacones para arrodillarse ante Dios. Aquella muchacha de vida atormentada encontró en los incensarios la paz que no halló en el humo de los ceniceros. Cambió los cubatas de la noche de Milán por el agua bendita y hoy es sor Anna Nobili, una mujer nueva que rompió con todo menos con su pasión por el baile. Ayer estuvo en Santiago, impartiendo el taller Danza al servicio del Evangelio como parte del programa de la Peregrinación Europea de Jóvenes. Sor Anna pertenece a una orden de laborioso nombre: Hermanas Operarias de la Sagrada Familia de Nazaret. Y, como obrera que es, baila y da clases «para rezar, alabar al Señor y darle las gracias». En la actividad que la ha traído a Santiago reproduce, como Camilo Sesto en Jesucristo Superstar , su biografía en versión bailada. La monja confesaba que, antes de sentir la llamada de Dios, llevó una vida mundana repleta de temores, inquietudes y relaciones sin sentido con la música, la moda, el sexo o la diversión. La madre bailarina habla con naturalidad y sin eufemismos. «Tiré mi sexualidad como si fuesen caramelos a los hombres», dice. El mal camino lo encontró vagando sin rumbo tras la separación de sus padres, con trece años. La infelicidad llevó a la adolescente «a buscar fuera de casa una respuesta al vacío interior, seguir la moda e ir a las discotecas». Intentaba así enterrar un profundo complejo de inferioridad. A los 18, descubrió su pasión por el baile. Y empezó a prolongar hasta la madrugada la dolce vita italiana. «Mientras que mi madre me leía la Biblia y toda la parroquia rezaba por mí, yo blasfemaba y recorría Amsterdam e Italia en busca de las discotecas de moda», recuerda. Imaginarse a esta dulce operaria de Dios desmelenada y aeróbica sobre la barra de un garito no resulta fácil, no. Pero es posible hacerse una idea de su otro yo observándola sobre el escenario de la compostelana praza do Toural. Aquí, el hábito no hace a la monja. Durante años, la joven Nobili llevó una doble vida, con dudas entre su fe cristiana y las locuras de la noche, que ya se sabe que la carga el diablo. Tendría que tocar fondo para acabar respirando el olor a santidad. Agobiada por la incertidumbre, participó en un retiro espiritual en Spello, en la ermita de Carlo Carreto. Allí, alejada de los vapores del gin tonic, captó un mensaje: «Dios me amaba y quería seguirlo». Se acuerda perfectamente del momento, contemplando el cielo y la naturaleza en la plaza de Santa Clara, en Asís. «Sentí en el corazón un gozo indescriptible y me puse a bailar. Esta vez no para conquistar a los hombres, sino para agradecer y alabar. Había encontrado lo que buscaba», relata. Y decidió dar un giro completo a su vida después de que, al salir de una de aquellas discotecas, unos tipos la siguiesen «para robarme». «Nunca más», dijo. Es cierto que la conversión fue tardía. Pero también lo fueron la de Saulo de Tarso en San Pablo o la de Cassius Clay en Muhammad Alí, que es de otro estilo pero conversión, a fin de cuentas. Sor Anna no es, contra lo que pudiera parecer, una enemiga de la noche: «El problema no es tanto ir o no ir a las discotecas, sino dejarse envolver en relaciones humanas insatisfactorias», señalaba recientemente en la revista Zenit . Y sentencia: «Vayamos a la discoteca, pero con Jesús». Es sor Anna Nobili. Que le quiten lo bailao.