A veces el pan

Mercedes Corbillón

FUGAS

07 nov 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Me he dado cuenta de que he vuelto de Tánger sin ver el Teatro Cervantes, que está escondido en una de esas calles que llevan al puerto. A lo mejor la vista se me fue hacia otro lado, caminas y los estímulos se multiplican, como en cualquier sitio desconocido. Ahora es un lugar impoluto, con su paseo marítimo, con más cemento que palmeras, sus barcos de recreo alineados en cuadriculados pantalanes, sus edificios de lujo mirando al mar. Más allá, los cruceros atracan para soltar turistas octogenarios que no podrán levantar la cabeza del pedazo de suelo donde apoyan sus bastones. Un poco más allá, debajo de la kasbah, los barcos de pesca van y vienen con esos peces que fríen en los bares de la Medina. También está cuidado, no hay rastro aparente en Tánger del tercer mundo, una frase que demuestra mis prejuicios.

En el libro que estoy leyendo, El pan a secas, ese entorno es oscuro y violento. Un joven Mohammed Chukri ve cómo un pescador se toma un bocadillo. El hambre le hace ver que el hombre lanza al agua un pedazo. Se lanza a por él, desesperado, y agarra un pedazo de mierda que se deshace en las manos. La escena es durísima, el relato entero lo es. Hay infancias sin cielo azul. En un bar del Petit Socco comimos esos peces fritos y harira, mamá no pasa sin su plato de cuchara. Desde la mesa en la pequeña azotea vi el hostal Fuentes, que sale en la novela y que formó parte de la vida de Chukri. Pasaba mucho tiempo allí con las prostitutas, que empezó a frecuentar de niño. Él mismo descubrió que el hambre se podía solventar con su cuerpo puesto a merced de otros. Mejor eso que sufrir la violencia del padre, que mató a su hermano de una paliza y no pasó nada, enterraron el pequeño cuerpo lleno de golpes y ya. La historia es autobiográfica, contada con frases cortas, latigazos de verdad y de denuncia. La desigualdad es una forma de violencia, una terrible que en general, no nos preocupa tanto. El libro estuvo prohibido muchos años en Marruecos, hay realidades obscenas que no queremos ver. Al final hay un destello de esperanza, el joven que va camino de los 20 años, sabe de una escuela en Larache donde puede aprender a leer y a escribir. Una revolución. Al menos podrá dar voz a los que, como dice mi madre, solo tienen el día y la noche. A veces, el pan.