
Con «Lento ternura», la artista explora el amor desde una perspectiva adulta y antirromántica. Lo presenta mañana en el festival Jaleo de Santiago
04 abr 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Después de editar un disco tan trascendental en el pop nacional —y, sobre todo, en la vida de miles de personas que se vieron reflejadas en él— como Puta (2021), a Zahara le tocó contestar muchas veces la pregunta: «¿Cómo lo va a superar?». Ya entonces, cuando lo promocionaba, se quitaba la presión en las entrevistas. No estaba entre sus planes competir contra sí misma. «El término superar me parece horrible en la música. Es una aplicación del capitalismo al arte, de que lo siguiente tiene que ser todavía mejor y debe tener más impacto», dice. Además, existía la asunción plenamente consciente del hito. «Pensé que quizá había hecho el disco de mi vida. Hay gente que no lo consigue nunca. Por eso voy a dar las gracias y ya está. Ahora voy a hacer el disco que me salga del coño, con perdón. Igual que lo fue Puta». Ese álbum se llama Lento ternura. Es otra joya —distinta, más reflexiva, casi en el otro lado de la moneda— y la presenta en Galicia dentro del festival Jaleo, que el sábado 5 de abril se celebra en Santiago (Multiusos Fontes do Sar, desde las 16.30 horas, 44 euros). Actuarán también Viva Suecia, Sexy Zebras y Carlos Ares, entre otros artistas.
—¿Quería huir de la oscuridad?
—Había una necesidad de amabilidad, de salir del relato de Puta. Necesitaba estar fuera de la narrativa de abuso y de violencia. El cuerpo me lo pedía. Pero no lo afronté pensando: «Voy a hacer un disco luminoso en contraposición». No, lo que quería es hablar de lo que ahora mismo me vertebra y forma parte de mí. Pero ocurre algo curioso, porque empecé intentando hablar de la belleza con canciones como Formentera y Nuestro amor. Sin embargo, me fui oscureciendo a medida que hacía el disco. Por mucho que yo busque una narrativa amable, musicalmente solo me sale oscuridad. La llevo dentro, soy hija de las tinieblas [risas]. Este disco no es simplemente un canto al amor, sino más una reflexión existencialista sobre quiénes somos en la vida, qué queremos y a qué nos vamos a abrir.
—Canta: «El amor no es eterno, es diario». ¿Es un disco de amor antirromántico?
—Estoy muy orgullosa de esa canción. Cuando escribo Nuestro amor, esas palabras me salen solas. No es una búsqueda poética de que esto tiene que durar para siempre, no. Surge de una manera mucho más sencilla, porque veo que es cómo siento que es el amor. Ahora, cuando la ensayamos para la gira y canto algunas palabras y frases pequeñitas de la canción, me río muchísimo porque me encanta. Creo que no es un disco para nada romántico, sino que más bien se enfrenta a ese romanticismo sistémico del que me he empapado siempre. Del que he bebido y he mamado desde que tengo uso de razón.

—Parece que en el pop el amor siempre es el de los primeros meses ardientes o del final catastrófico, nunca lo que hay en el medio.
—A mí me parece lo más revolucionario de este disco, la verdad. Me ha costado mucho también entender que este amor, como tú dices, es el del medio. El que no está ni explotando porque nace ni explotando porque se extingue. En realidad, tiene mucho más de amor que el otro. Lo otro es más de hormonas o de frustración y resignación. Realmente, si estás en esta parte del amor, es cuando te das cuenta de lo bueno que es. Te puede parecer muy bonito que alguien te diga que se muere si no te ve. Pero yo no quiero que nadie muera por mí y no quiero morir por nadie. Sin embargo, llegar a esa conclusión es algo complejo. Tienes que estar desactivando unos códigos y unos automatismos que hemos ido incorporando a nuestra vida desde que somos pequeñas y pequeños. Pero hablar de eso en el pop cuesta más.
—¿Por qué?
—Porque no es llamativo ni inmediato. Estoy hablando del paso del tiempo, de observar con atención, de una conversación en la que no te interrumpes. Eso no llama tanto la atención y el pop se nutre en una gran parte de lo inmediato, de la conexión, del impulso, del «para toda la vida y me muero si no estás».
—¿Quiso adaptar ese discurso a una textura sonora que tampoco es inmediata?
—En el momento de composición, la verdad es que solo creía que estaba haciendo canciones increíbles. No pensaba en eso. Pero no voy a negar que en algún momento participé de ciertas conversaciones en las que había la frase: ¿Zahara, por qué no haces una canción ya que haces un Berlín U5?
—¿Y qué hizo?
—Pensé: «Lo intento». Y luego dije que no. Es que este disco no quiere eso. Hay una cosa de hacer lo que a una le sale, de honestidad y pereza compositiva. No es un disco inmediato, porque yo no estoy en una fase de inmediatez. Estoy en una fase en la que quiero que me escuchen, como quiero escuchar al otro. Quiero tener dos horas para leer un libro y no estar mirando la nueva serie que parece que está hecha por inteligencia artificial mientras contesto wasaps y publico algo en Instagram.
—Otra frase tremenda del disco: «Parecía tan bonito cuando me necesitabas, aunque era menos sano».
—Pienso siempre en esos momentos en los que he sentido que el amor solo era válido cuando se manifestaba continuamente y que el otro me quería como yo había diseñado que era ese amor. Ya lo decía Flotante, de Puta: «Te he querido como solo se quiere a un esclavo». Creo que ahí, cuando escribo esa frase, empiezo a darme cuenta de cómo han sido mis relaciones hasta ese momento. Dónde he puesto el foco, en qué me he equivocado, cómo he querido al otro y cómo he querido que me quieran. No había sido todavía capaz de aplicarlo. Y, sobre todo en el proceso de composición de la canción, es donde me di cuenta de que estoy aprendiendo, de que he colocado el amor en el sitio que creo que se merece. No donde estaba antes, que tenía un montón de manipulación, influencia Disney, sufrimiento por canciones y mala gestión de relaciones. Una maleta de mierda que no tenía nada que ver con el amor.
«Hay más mujeres que nunca. Si yo puedo en 20 minutos hacer una playlist de 400 mujeres, ¿cómo es que tú no metes ni dos tías en tu festival?»
—En el disco destaca «Demasiadas canciones». Retrata el estado de saturación de la música lanzando una canción más. ¿Se siente como la turista a la que le molestan los otros turistas?
—Lo siento como lo estás diciendo. Hace un año leí un artículo que decía que cada día se publican en plataformas de streaming alrededor de 122.000 canciones. Me explotó el cerebro. Mi primer pensamiento fue: «No hago más canciones. No hay que hacer más canciones». Luego, me di cuenta de que estamos confundiendo dos cosas. Hacer canciones responde a una necesidad, un impulso artístico, vital y filosófico. Eso está bien. El problema es querer monetizar absolutamente cada cosa que creamos. Ahí es donde el capitalismo ha conseguido absorber cualquier pequeño reducto de arte libre. Monetizamos todo lo que creamos, desde una canción a una prenda de ropa, un dibujo, un garabato o un texto. ¿Por qué se ha convertido el arte únicamente en entretenimiento que hay que monetizar y en un elemento más de este capitalismo que nos va a destrozar? Yo me hago esta pregunta. Por eso, cuando me dices si no siento ahí dentro, tengo que decir que sí. Claro que soy la turista a la que le dan rabia todos los demás. Me hago continuamente la pregunta. Y no sé dónde está el límite, cuando yo formo parte de este sistema y tengo que sobrevivir en él. Cuando tampoco me parece justo juzgar cómo lo hacen los demás y han aprendido a sobrevivir. Entonces, igual que te digo que creo que deberíamos cambiar esto, digo: «¿Se puede?».
—En esa canción también habla, además, de que en esa saturación hay «demasiadas pocas mujeres en los carteles».
—Es la realidad. Hay géneros, como el urbano, en los que no hay tantas mujeres y no se puede hacer un cartel paritario. ¿Pero no llegar a un 5 % o 10 %? ¿De verdad? Eso está por debajo de la realidad. Si te paras a analizar las escuchas, las ventas, los éxitos no se corresponden con los carteles. No estoy hablando de un 50-50 %, pero sí al menos de llegar a un 40 %. Hay más mujeres que nunca. Si yo puedo en 20 minutos hacer una playlist de 400 mujeres, ¿cómo es que tú no metes ni dos tías en tu festival?