Carlos del Amor: «En una baldosa del Museo del Prado está el metro cuadrado más caro de Madrid»

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Daniel Gonzalez | EFE

Su último libro, «La dama desconocida», es una investigación detectivesca sobre un retrato de una mujer que podría ser la esposa de Velázquez y que él habría pintado cuando eran novios. «Conocemos Las meninas, pero no tenemos ni idea de quién era Velázquez», cuenta

06 mar 2025 . Actualizado a las 15:44 h.

Carlos del Amor nos vuelve a poner en la pista de la emoción con La dama desconocida, toda una investigación detectivesca originada por un correo electrónico que recibió este periodista de TVE. Una pista y un hilo del que tirar: el retrato de una mujer que podría ser la esposa de Velázquez pintada por él mismo. A partir de esa realidad, Carlos del Amor se adentra en un misterio que lo ha llevado a viajar a Barcelona, Sevilla, Nueva York, y tratar con diferentes especialistas de arte para saber si Juana, la esposa de Diego Velázquez, es la mujer de dicho cuadro y si este, además, es obra del pintor.

­—¿Después de terminar el libro sigues obsesionado con Juana?

—Sigo pensando que merece ser colgada en alguna pared de algún museo. No te digo que poniendo la firma de Velázquez, ni mucho menos, pero sí que sea un homenaje a las obras anónimas que nunca mirará la gente.

­—En el libro planteas cómo nos cambia la mirada del arte si una obra está firmada por alguien conocido o no.

—Claro, totalmente. Cuando a ti te dicen que un cuadro es de un autor consagrado te gusta más, porque sabemos que tiene un valor o una leyenda. Si vas a una feria de arte y no te gusta un cuadro, pero te cuentan que es un Picasso, ya cambias y dices: ¡Mira qué bien!». Pasó con Caravaggio y el Ecce Homo, que fue subastado por 1.500 euros hasta que alguien se puso a trabajar y logró que se autentificase como un Caravaggio. Lo que antes era un cuadro apañado pasó a ser una maestría del claroscuro.

­—En tu libro revelas mucho de Velázquez. ¿Qué es lo que más te sorprendió de él?

—Lo poco que lo conocemos. Conocemos su obra, sabemos citar Las meninas rápidamente o Las hilanderas, pero no sabemos nada de él. Me sorprendió lo poco que conocemos a un mito de nuestra cultura y lo poco épico que es. Era un tipo más bien práctico, que quiso llegar a ser pintor de la Corte y lo fue.

—Se nota que no te cae muy bien.

—No me cae mal, pero no le tengo un cariño especial. Le tengo más cariño a Juana y al coleccionista.

­—El abuelo de Velázquez era marinero en Sanlúcar y su padre sastre. Podría haber tenido otro destino muy distinto.

—El destino está ahí. Su padre se empeñó en mandarlo a Sevilla con un tío canónigo y al final los contactos te hacen llegar a un lugar. Entró en un taller, no lo trataron muy bien y ahí podía haber renunciado o abandonado definitivamente, pero conoció al maestro Pacheco, su futuro suegro, y se formó con él. Su destino cambia otra vez. Podíamos no haber tenido Las meninas en el Prado si él se hubiera rebotado porque lo trataron muy mal en el primer taller.

­—¿Tu destino también lo cambió una profesora de arte?

—Bueno, ella sembró. Mi amor al arte arrancó ahí y luego lo de contar historias no sé muy bien de dónde me viene.

—¡Ella os tumbaba en el suelo para ver las obras de arte!

—Sí, sí. Ella nos enseñaba así en el instituto, a un nivel de detalle que era muy atrayente, sobre todo para un chico de esa edad. Nos hacía levantar la cabeza y mirar la pizarra o mirar las diapositivas, y eso hay que valorarlo. Abría nuestro interés, nos decía: «Este cuadro tenéis que verlo así desde abajo». O nos explicaba el David de Miguel Ángel y nos decía: «Mirad cómo está esculpido, mirad los testículos desde abajo...». Eso no se te olvida.

—Tanto sembró que casi formas parte de la plantilla del Museo del Prado [risas]. ¿Qué nos recomiendas ver?

—Ja, ja, ja, sí, ya soy uno más con todas las informaciones que hago desde allí. Yo recomiendo que se vaya con calma, que no se quiera ver el museo entero. Creo que lo mejor es que te vayas a la galería central, te pongas en la baldosa que comunica con la sala de Las meninas, pero justo en esa baldosa y hagas un giro de 360 grados. Para a un lado verás Las meninas, en otro Goya, Tiziano... Yo lo he bautizado como el metro cuadrado más caro de Madrid.

—¿Qué sabemos de Juana, la mujer de Velázquez? ¿Si hubiera nacido hombre habría sido un pintor destacado?

—Es posible, porque ella se crio así, en el taller de su padre. Nos consta que pasaba mucho tiempo allí y que pintaba, pero no firmó, como tantas y tantas mujeres. Quizás esta obra que investigamos en el libro sea un autorretrato, y lo pintó ella reutilizando un lienzo, porque debajo hay una radiografía... Juana es una más en la lista de las mujeres olvidadas de las que nunca vamos a saber nada.

—Retratas en el libro al suegro, a Pacheco; a Juan, el hermano de Velázquez y todos quedan minimizados.

—Su suegro lo quería mucho, habla muy bien de él, está documentado, pero era peor pintor y su figura quedó opacada. Juana terminó opacada, su hermano también, su yerno igual... Todos los pintores de la Corte... Velázquez era como el sol que todo lo quema. Yo creo que cuando hay alguien que resalta muchísimo es una faena si te dedicas a lo mismo. Haciendo un símil con el fútbol, es muy complicado triunfar si te ha tocado la época de Messi o Maradona.

—Tu libro es una investigación detectivesca, y el lector, a medida que vas contando, va comparando las bocas que pintó Velázquez, los collares de perlas que retrata, queremos descubrir si Juana es la protagonista de la obra. ¿Lo es?

—Hay una especialista que me cuenta que para ella es la hija de Velázquez y que el cuadro sería un regalo de bodas. Por la manera de pintar debía de ser más del 1630 y no de 1613, como me dice el coleccionista a mí. Claro que al coleccionista le da igual que sea un Velázquez, su fin es que sea la novia de Velázquez. De hecho, pensé en ese título para el libro, luego lo cambié por Una dama desconocida.

—¿Un retrato hecho cuando eran novios?

—Sí, un retrato hecho en el taller, como un juego, una práctica, cuando eran novios.

—¿Tu cuadro preferido de Velázquez?

—Me gusta el retrato del papa Inocencio X, porque no es de un pintor de la Corte, es de un artista libre. En su etapa en Roma Velázquez pintó cuadros que nos dejan boquiabiertos.

—¿Ahora mismo tu teoría sobre el retrato cuál es?

—Mi teoría es que es un cuadro del siglo XVII muy bueno. Pero creo que Velázquez tuvo que pintar a su novia en el algún momento, porque si eres pintor, pintas lo que tienes cerca. No puede ser que desde crío tengas novia y no la pintes, lo tuvo que hacer en más de una ocasión. Ojalá algún día aparezca algún retrato. Yo lo que sé es que el retrato del libro es un buen cuadro que debe ser mirado, sea de Velázquez o no, y que el lector saque sus conclusiones.