Joaquín Sabina quiere envejecer sin dignidad

FUGAS

Joaquín Sabina en una imagen del 2015
Joaquín Sabina en una imagen del 2015 PACO RODRÍGUEZ

El documental «Sintiéndolo mucho», de Fernando León de Aranoa, que puede verse ya en Movistar +, tiene el valor de mostrar la vulnerabilidad del artista

15 feb 2023 . Actualizado a las 17:21 h.

Sintiéndolo mucho tiene mucho de sentimiento. El documental que ha hecho Fernando León de Aranoa sobre Joaquín Sabina —y que ahora se puede ver en Movistar +— tiene el valor de mostrar la vulnerabilidad del artista. La fragilidad de Sabina se asoma en cada una de sus enormes sonrisas y provoca enseguida en el espectador una necesidad de atención hacia Joaquín. De sostenerlo, de cuidarlo, de escucharlo. Conocedores todos de esa imagen de bohemio empedernido, de bufón de bares y de proscrito noctámbulo, Joaquín se presenta también en la ansiedad y en el pánico frente al público. En una tensión enfermiza que lo hace sensible como pocos a ese instante previo a darlo todo en el escenario. Como un torero en el telón de acero, Joaquín se queda paralizado y sufre, sufre muchísimo en la antesala del éxito. Se le ve demudado, palideciendo en extremo antes de batirse en duelo con la gente. Y se le ve temblando con los nervios en el estómago hasta el punto de vomitar antes de enfrentar el concierto. «Jime [le dice a su mujer], esta hora antes no debería existir». Ya con el bombín puesto, es entonces cuando el horror se esfuma. Es un alivio que el espectador siente a la vez que Joaquín, que es en este documental también una persona que llama a la risa. Tras cada frase que enuncia, brota una carcajada como una defensa contra la tristeza, como si Sabina se parapetase detrás de esa alegría que en él suena ronca. No hay rastro del tipo escurridizo o huraño que una podría imaginarse, ni del artista sobreactuado en esa prepotencia del éxito, ni la tiranía del hombre que ya lo ha vivido todo. No. Se ve a un tipo que se proclama un defensor de la paz con los demás, que huye del conflicto y se presenta gozoso en forma y fondo.

Adicto al tabaco, no hay ni un instante del quehacer diario en el que no se le vea con el cigarrillo entre los dedos o en la boca. Como si el humo le diese otra perspectiva de la realidad, en una nebulosa que le hace observar a los demás de otro modo. En ese humo se huele la toxicidad de los excesos que él alienta. Y, claro, se celebra en la borrachera con los amigos, ensalzando la noche entre alcohol, tabaco y muchas canciones.

Como un mariachi en la cantina, pero él en pijama, recostado en el sofá, Sabina canta sus canciones y nos explica que no hay un verso como ese de su adorado José Alfredo Jiménez: «Cuántas luces dejaste encendidas/ Yo no sé cómo voy a apagarlas». Entre México y España, Joaquín no vive, revive, en esa infinita juerga con los amigos, y se expone al riesgo del extremo como a él le gusta, a lo torero. Se le ve el respeto y el amor al maestro José Tomás, por el que sufre, y también su relación de polos opuestos con Joan Manuel Serrat. Sabina, que en Úbeda más que profeta en su tierra, ha sido poeta en su tierra, llora con los versos escritos por su padre y el espectador observa curioso cómo la suerte también es un tren hacia el norte. El que cogió Joaquín lo colocó en lo más alto, y viceversa, cuando era más joven. Y ahí sí, el público disfruta con esos primeros temas viéndolo subido al escenario en 1986. Para muchos fans los mejores años de Sabina. No hay rastro del Joaquín padre, ni se le ve en las tareas domésticas, pero canta en la ducha y Jime lo asiste como un ser desvalido de lo rutinario. «El amor es lo peor para componer canciones de amor», confiesa, mientras Leiva lo mima en el estudio con toda la delicadeza. Y Sabina se ríe y fuma y canta y bebe, y bebe y canta y fuma y se ríe. Quiere envejecer sin dignidad y pelearse por la coma de un verso con Benjamín Prado. «Sintiéndolo mucho rima con trucho», se carcajea, pero Joaquín elige la metáfora de un fusil sin un cartucho. Vuelve el miedo, la ansiedad y el final se dispara. Sabina es un poeta que sufre por cada canción, un artista que se cae al foso y se rearma en la fragilidad. Vale la pena verlo. A los 70 ya no engaña nada.