Fitzgerald no se termina nunca

FUGAS

Vuelve el maestro de la generación perdida y con él las fiestas, la opulencia, la obsesión por el dinero y todo el esplendor de una década

29 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Si algo se le puede reprochar a Francis Scott Fitzgerald (Saint Paul, Minnesota, 1896) es la recurrencia de los temas que componen su universo literario. Sin embargo, hay que ser demasiado genio para escribir casi siempre sobre lo mismo y no solo no cansar al lector, sino hipnotizarlo una y otra vez, hasta generar en él un tipo de adicción intratable, irreversible, como si su literatura fuese un derivado del opio, una puerta de entrada a un lugar sin salida; un cuarto en el que suena incansablemente la música de un viejo gramófono, el espacio en el que uno, recostado en un sillón de orejas, en duermevela, descansa mientras escucha una melodía eterna. Porque Fitzgerald, en cierto modo, tampoco se termina nunca. Siempre hay un hilo del que tirar. La revista The New Yorker publicó en el 2017 un relato titulado «El pagaré», hasta entonces inédito. Parece ser que el autor lo escribió en 1920 para enviarlo a la revista Harper's Bazaar, pero nunca lo hizo. Luego se editó en España; primero fue Anagrama, en la antología Moriría por ti, y después Nórdica, este mismo año, en un único volumen. El escritor regresa de nuevo con Todos los jóvenes tristes, nueve narraciones breves que componen la tercera colección de cuentos publicada en vida por Fitzgerald, y que ahora trae de forma íntegra por vez primera a nuestro país la editorial Malpaso.

La opulencia, la obsesión por el dinero, las tribulaciones amorosas, las fiestas, el alcohol y, por supuesto, el fulgurante éxito que preludia un estrepitoso hundimiento alimentan estos relatos, del mismo modo que nutrieron también sus grandes novelas, como El gran Gatsby o Suave es la noche. Fitzgerald fue, indudablemente, un maestro en ambos géneros, y quizá el escritor más brillante de la llamada generación perdida, tal y como la bautizó Gertrude Stein.

Jóvenes adinerados incapaces de sentar cabeza y que terminan desorientados en la vida, madres y padres que presumen de sus bebés en fiestas ridículas y que luego acaban peleados, y nuevos ricos que se oponen a las costumbres de las viejas fortunas son algunos de los personajes que deambulan por las páginas de Todos los jóvenes tristes. Relatos que proyectan las tribulaciones que acecharon al propio Fitzgerald en vida. Un genio alcoholizado que murió prematuramente, cuya propia existencia simbolizó como pocas el esplendor y la decadencia de una década desenfrenada y apoteósica en todos los órdenes de la vida. Un tiempo que retrató como nadie y en el que supo intuir a través de la literatura, de un modo casi profético, la gigantesca catástrofe que se avecinaba.