«Érase una vez en Hollywood», el poemario de Tarantino

C. Pereiro

FUGAS

La novena película del director estadounidense ha dividido a crítica y público. ¿Una obra de arte? ¿Su mejor cinta? ¿Algo distinto?

30 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Es difícil definir Hollywood sin Quentin Tarantino. Al menos, el Hollywood que hemos vivido este último cuarto de siglo. Y no, no precisamente porque el estadounidense sea ese tipo que cada poco aparece con un blockbuster bajo el brazo; tampoco por la forma y el contenido de sus películas, que alguno incluso podría definirlas como alternativas a la corriente habitual de la meca del cine. Tarantino es indispensable en Hollywood porque lo sabe todo de él. Es un amante del séptimo arte, un absoluto conocedor de sus recovecos técnicos, sus historias, sus contradicciones, sus trapos sucios, también; por eso, no resulta extraño que haya querido que su novena película sea una carta de amor al celuloide.

Curiosamente, y esto ya les sonará, Érase una vez en Hollywood es la película más alejada del registro del director, una en la que violencia se intuye más que se ve, aunque también acabe por entrar por la puerta grande. ¿Es una obra de arte? ¿Es la mejor de su filmografía? La afirmación es tendenciosa. Muchos titulares ya han apuntado que sí, y pocos críticos del mundo se han resistido a darle el galardón. Sin embargo, la opinión del público se ha quedado lejos de entregarlo. Los hay que sí, claro, pero basta acudir a portales como Filmaffinity o IMDb para comprobar como el cómputo general es el de notable.

Y lo es, sí. La novena obra de Tarantino es una brillante perla en lo técnico, una aberrante muestra del conocimiento que el director posee, demostrado a cada plano, a cada encuadre. Delante de la cámara, Pitt, DiCaprio y Robbie; un trío actoral del más alto nivel que bordan sus papeles. También está Al Pacino, poco, pero brillante en sus intervenciones.

Narración tradicional

Sin embargo, asoma un pero por debajo de la puerta. A diferencia de otras de sus historias, la narración de Érase una vez en Hollywood adolece de ciertos requerimientos culturales previos. A lo mejor, no es su caso, pero el que escribe se ha sorprendido a lo largo de estas últimas semanas de las veces que ha tenido que explicar a sus allegados quién fue Sharon Tate, qué ocurrió con la Familia Manson y quién es Charlie en la pantalla del cine. En Pulp Fiction, Jackie Brown, Malditos bastardos o Django, Tarantino juega fácil: presenta unas personajes, sus historias se entrelazan y los acontecimientos se suceden. Podemos buscar dobles lecturas, mensajes políticos, raciales o críticas; pero la narración es tradicional. En esta cinta no, pues la historia que el director transmite busca más una visión y una metáfora, es más un poema que una novela.

La cinta plantea una historia concreta, es cierto, la de ese actor y su doble que buscan seguir vivos en el negocio del cine, aunque para eso haya que irse a Europa a grabar spaghetti western. Por otro lado, la carga dramática de Sharon Tate, que vive un momento feliz en su vida, como esa impresionante toma en el cine, cuando visualiza su propia película y personaliza una inocencia que enamora. Pero, sabemos cuál debe ser su final, sabemos que esta mujer es asesinada brutalmente en su hogar. Tarantino también lo sabe y juega con esos sentimientos. Y ahora, si no la vio y quiere ahorrarse el spoiler, pare, será lo mejor.

Cambiar lo imposible

En un acto de amor por aquel Hollywood, Tarantino salva a Tate y destruye a sus asesinos, los humilla y maltrata hasta límites insospechados. Juega la misma carta que en ese final explosivo de Malditos bastardos y cambia el curso de la historia. No quiere que se produzca el acto brutal que cambió Los Ángeles y, de alguna manera, abrió las puertas del nuevo Hollywood, tal y como se suele señalar en los ensayos culturales.

No es el único mensaje que el director manda a lo largo de la cinta. Hay una clarísima muestra de combate hacia ciertos sectores críticos con su cine o pensamiento, encarnada en Pitt y el posible asesinato de su mujer. Un capítulo que nunca se cierra en la película, que deja en el aire una duda horripilante: la de si nos puede caer bien un hombre capaz de algo así, pero que se comporta como un buen tipo las casi tres horas que dura la película. La única prueba contra él, la única que deja Tarantino, son las acusaciones de terceros. No lo dude, va con toda la intención.

Aunque no tan inspirados como en otras de sus obras, hay algunos diálogos brillantes en la novena de Tarantino. El de DiCaprio y la niña -Julia Butters-, la desesperación del mismo actor en su autocaravana tras olvidarse el texto. Y, cómo no, la visita de Pitt al rancho Spahn, quizás lo mejor del metraje, que se convierte, a plena luz del día, en una historia de terror y suspense de libro. ¿Quién sabe? Quizás debería probar Tarantino con tal género. En teoría, solo le queda una bala como creador. Siempre ha comentado que solo haría diez películas.