Franco Taboada se pone frente a Francis Drake

FUGAS

CESAR QUIAN

31 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

H ace unos días celebraba A Coruña el 430 aniversario del triunfo de María Pita («quien tenga honra, que me siga») sobre la flota de Francis Drake: el principio del fin de un marino británico al que la historia en España trata de corsario y la inglesa de héroe de los mares. Esta efeméride coincide prácticamente en el tiempo con la presentación del último libro de Arturo Franco Taboada, La afrenta de las antillas, que se retrotrae a las andanzas de Drake unos años antes de su presencia en las costas coruñesas, en concreto a los tiempos de los ataques a las colonias españolas de Cartagena de Indias o República Dominicana, y se extiende hasta la muerte del pirata.

Con este trabajo, que es el culmen a un largo período de investigación, Franco Taboada (A Coruña, 1945) sube un nuevo peldaño hacia el cénit del prototipo de hombre renacentista: arquitecto con profunda huella en Galicia, profesor universitario, ilustrador y cartógrafo, escritor con una veintena de publicaciones a sus espaldas. En 1993 fue finalista del premio Planeta con su primera novela, El legado del obispo nigromante; y uno de sus últimos trabajos, El Camino de Asís dibujado a Compostela es todo un alarde de erudición.

Para los gallegos, y en especial los coruñeses, el nombre de Drake forma parte de una memoria histórica de la que, sin embargo, la mayoría tenemos muchas lagunas. En La afrenta de la antillas, Franco Taboada reconstruye al personaje -hijo de un predicador que había hecho del odio a los católicos el alimento espiritual de su infancia- a través de las conversaciones de un grupo de amigos que se reúnen en casa de Lope de Vega (un gran admirador de Drake), entre los que se encuentra el veterano capitán Alonso de Contreras, y apoya su relato en las reproducciones de los mapas y apuntes que el marino dibujaba en sus periplos.

Nos explica, por ejemplo, el doble juego que la reina Isabel I tenía con España, intentando mantener a salvo las relaciones institucionales y al mismo tiempo financiando al marino para que saquease sus colonias, con lo que buscaba capitalizarse para saldar su deuda externa o financiar grandes empresas, como la Compañía de las Indias Orientales. («Está bien, tendréis diez barcos más, pero la corona deberá estar en todo momento al margen de esta empresa [...] los españoles siempre acusarán a Inglaterra y en este momento no estamos en condiciones de que nos pidan cuentas»).

Porque, aunque se trata de una novela, con diálogos cuidados, personajes bien construidos y un notable intento por hacernos respirar el aire de hace cuatro siglos, en realidad estamos ante un estudio muy serio de una época del corsario, que pone en perspectiva desde unos años antes y después de los ataques en los que se centra el relato. Un gran trabajo de -no podía ser de otro modo- arquitectura literaria.