Nadie es perfecto... ¡pero ellos sí!

ANTÍA DÍAZ LEAL

FUGAS

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Rápida, ácida, inteligente y muy, muy divertida. Uno de los hitos de la comedia, obra maestra de Billy Wilder, con un final antológico, cumple 60 espléndidos años

22 abr 2019 . Actualizado a las 07:31 h.

No tiene mucho sentido empezar una película por el final. A menos que el final en cuestión sea uno de los mejores colofones de la historia del cine. Han pasado 60 años del estreno de Con faldas y a lo loco, y ese «Nadie es perfecto» sigue sonando con la misma fuerza y la misma mala leche que cuando se estrenó esta obra maestra de Billy Wilder. ¿Quién firmó aquella frase? Wilder, que siempre decía que le costaba decir quién escribía qué cuando trabajaba a cuatro manos, aquí afirmaba que el mérito era de I.A.L Diamond, su guionista de cabecera. Ni siquiera iba a ser el final definitivo. Pero una vez cerrado el guion, no apareció nada mejor. Tal vez porque no lo había...

Crimen, mafia, travestismo, música, un icono sexual... con estos ingredientes tan opuestos, el director austríaco y Diamond, prepararon el cóctel perfecto. Contaba Wilder en sus conversaciones con Cameron Crowe que el productor David Selznick vaticinó que aquello sería un desastre. Obviamente, se equivocó: si en la primera proyección de prueba el público no reaccionó, solo un día después, en el preestreno, el cine se vino abajo, contaría Wilder.

La clave está en ese toque imposible de imitar con el que Wilder construía sus películas. Sin mostrar más de lo necesario. Sabemos que los personajes de Jack Lemmon y Tony Curtis tienen que huir de los gánsteres, sabemos que solo hay una salida (disfrazarse de mujeres), y no hace falta más: en el siguiente plano, ahí están las piernas enfundadas en medias y los tacones. Y empiezan las carcajadas.

La sutileza, con la ironía, son marcas de la casa. Ahí está la secuencia del barco para demostrarlo: ¿hace falta algo más que la pierna de Curtis levantándose para saber lo que va a pasar? Si no hace falta, ¿para qué mostrarlo? Con Curtis y Lemmon mejor que nunca, hacía falta una estrella femenina para un papel que, a juicio de Wilder, era mucho menos importante. Aunque una vez que Marilyn Monroe mostró su interés en ser Sugar Kane, fueron de cabeza a por ella... y el rodaje fue en parte una tortura por culpa de la actriz. Embarazada, acompañada de su profesora de interpretación, insegura e incapaz de llegar a su hora al rodaje, obligaba a repetir tomas y tomas con frases aparentemente sencillas como «Soy yo, Sugar» o el famoso «¿Dónde está el bourbon?». Y sin embargo, era capaz de rodar tres páginas de diálogo a la perfección. De ella dijo Wilder que, «hiciera lo que hiciera, estuviera donde estuviera, siempre tenía esa cosa que atravesaba la pantalla», reconocía el director, para el que Monroe era una actriz de comedia perfecta, que «sabía de forma automática dónde estaba la broma».

Durante toda su carrera, Billy Wilder aseguró que él no hacía cine, sino películas para divertirse. Gracias a Dios, como diría Trueba, que las hacía así.