Matar al padre

FUGAS

Daniel Jiménez «mata» en su nueva novela a uno de sus «padres literarios», el autor madrileño Ray Loriga

15 feb 2019 . Actualizado a las 14:53 h.

Ray Loriga no ha muerto, pero imagínense que sí: solo, serenado ya el entusiasmo regenerador que le acarreó el Premio Alfaguara hace un par de años, inerte en una habitación sucia de un hotel barato de Buenos Aires, un día como otro cualquiera. Figúrense la situación como rigurosamente ha hecho Daniel Jiménez (Madrid, 1981) en su nueva novela, segunda de su repertorio y con menos de narración que de ensayo, de ejercicio, de reflexión exhaustiva primero sobre el que fue el «héroe» de las letras españolas en los años noventa -hubo para quien lo fue-; la escritura, el sector literario y especialmente sobre sí mismo, después, que es lo verdaderamente interesante y jugoso de este volumen editado por Galaxia Gutenberg.

Jiménez tiene 38 años y hace cuatro ganó el Premio Dos Passos con Cocaína, un repaso de un año entero de su vida, de campanadas a campanadas, y a la vez una excusa, un pretexto para ver si, así, de una vez, arrancaba su vocación escritora y, de paso, las muy poco épicas -aunque la literatura se empeñe en convencernos de lo contrario- adicción y depresión de su vida. Es Daniel un tipo valiente, mucho, que acabó convirtiendo esta tarea en una maniobra para hablar de lo que mejor se le daba entonces, la autodestrucción. Asomaron, así, entre página y página, todos sus fantasmas y algún mal de esta juventud nuestra: el suicidio de su hermana, el pavor a seguir sus pasos, la precariedad, la incapacidad para amar al prójimo más que a uno mismo.

Todos ellos y algunos más vuelven aquí, en Las dos muertes de Ray Loriga, donde la excusa ya no es el goloso polvo blanco sino la muerte (a manos de sí mismo o de otro parecido -sin ánimo de spoilear-) de uno de sus autores de cabecera, quizá -concediéndonos una exagerada licencia- del que, por referencias y deliberadas apropiaciones estilísticas, podría considerarse su «padre» literario. Jiménez se lo carga ya en la primera página del libro, se independiza al fin, si no presto a ocupar su lugar, sí aspirante subconscientemente a él. Para ello hurga en su figura con ojos de lince, en su faena, en su identidad, en su temperamento; por momentos, el cuento parece tesis literaria, pero, inteligente él, acaba colándonos de nuevo, entre página y página, una tierna historia de introspección y de observación, y, una vez más, de superación. O tal vez no. Tal vez de obsesión.