La mejor resaca del verano del 78

FUGAS

¿En qué momento una película deja de ser una película para convertirse en un icono? Más allá de su calidad cinematográfica, que ya se discutía hace 40 años, la historia de Danny (léase Deny si la ha visto en español, claro) y Sandy ha traspasado la frontera de la sala de cine para convertirse en un símbolo de la cultura pop. Y sigue gustando

11 sep 2018 . Actualizado a las 01:03 h.

No hay guion. La trama no es lo importante. No hay argumento, solo atmósfera. Con estas ideas recibió la crítica en todo el mundo, hace 40 años, a Grease. Un repaso a la hemeroteca de La Voz de Galicia deja perlas como esta, publicada el 1 de octubre del 78: « ...porque su aureola cinematográfica es una falsa aureola de brillantina. Yo no he visto sus películas ni sé si este muchacho es un actor, un bailarín, un hortera o un invento desesperado de Hollywood por seguir vendiendo algo al mundo, cuando ya no tiene nada que vender. En todo caso, Travolta es un héroe de derechas, porque no plantea problemas políticos, sino que asume su condición hortera, alienada, subalterna, y la subida mediante el baile, la brillantina y otras bobadas.

[...] Travolta cree en el trabajo excesivo, prematuro e injusto, o al menos no se lo plantea socialmente, sino que lo sobrelleva como algo fatal, con un conformismo reaccionario, y toda su miseria y su incultura la recubre el sábado por la noche con una capa de brillante brillantina». Firmado, Francisco Umbral. Cabe preguntarse si el ilustre escritor vio finalmente Grease o decidió ahorrarse lo que, en su caso, iba a ser un tormento.

LOS CHICOS DE COU

Mientras la película arrasaba en taquilla, la crítica de la época veía otras cosas. No solo en España. La revista Hollywood Reporter insistía en el verano del 78 en la falta de argumento, pero parecía añadir un a-quién-le-importa como una casa. Porque entendía que lo que hacía que la película funcionase era la vitalidad juvenil, la energía y la imaginación de sus canciones y bailes.

Pero las crónicas de la época cuentan mucho más. Hablan del efecto Travolta, con cierta perplejidad, y tratan de entender por qué los cines se llenan para ver una película mediocre. Escribía Caurel en septiembre de aquel año, en páginas de La Voz, sobre el estreno en el cine Riazor de A Coruña: «Pero, ¿cómo explicarse el caso de Grease? La película es una especie de chicos del COU a la americana años 50, con una anécdota rosa de las que ya no se llevan, a pesar de que se recurre al maquillaje humorístico-caricaturesco de las tontuelas situaciones. Todo son elementos que nada atraen, y cabría decir que suelen repeler al juvenil público de hoy día, que sin embargo se pega por entrar a ver la cinta y agota con gran anticipación las localidades». Explica el fenómeno, finalmente, por la ansiedad generada por la tremenda maquinaria de publicidad de Hollywood, ya que «no hay día que tv, radio, prensa del corazón o sensacionalista, no machaquen una y otra vez el tema Travolta». Y es que Hollywood vivía inmerso ya en la generación blockbuster. Tras el éxito de Tiburón y La guerra de las galaxias, el mundo había cambiado. Aquel año también se estrenó Días del cielo, de Terrence Malick y El cazador, de Michael Cimino. Las películas estadounidenses aún se debatían entre el cine de autor de los nuevos directores y los que se estaban haciendo expertos en reventar taquillas, los toros salvajes y los moteros tranquilos, como diría el escritor Peter Biskind, aquella generación que cambió para siempre la industria, para bien y para mal.

RYDELL PARA SIEMPRE

Atrás habían quedado los musicales clásicos. Incluso la modernización de los códigos que supuso West Side Story… y eso que solo habían pasado 17 años. Pero en realidad, todo es más viejuno en Grease, que no deja de repetir los esquemas de la comedia romántica y que además desprende un tufillo a rancio en su visión de las relaciones que no sobreviviría en el año del empoderamiento femenino: si quieres que él te quiera, conviértete en otra.

A pesar de todo (del olor a viejo, de los mensajes sentimentales más que discutibles, de esa pandilla de adultos haciendo de adolescentes, de la falta de trama…), Grease es un icono pop. ¿Razones? Una de las más poderosas es la música: la película se garantizó el éxito con un puñado de temas cantables, bailables, puro disfrute que se siguen repitiendo en karaokes y hasta bodas cuarenta años después. Y también ese aire de no tomarse en serio nada de lo que está contando.

Zara saca camisetas, OPI lanza una línea de esmaltes de uñas. Grease vende. Todavía. Y lo hace no solo entre los más nostálgicos, sino entre los más jóvenes. Esos que se han criado viendo musicales marca Disney, como High School Music. Vale que no sea macarra y absurdo como el instituto Rydell, pero cantan y bailan entre clase y clase con las mismas ganas. Grease marcó el paso para el subgénero musical de instituto, no hay más que ver el homenaje que le rindió otra serie, Glee, en un capítulo titulado, precisamente, «Glease».