Me inclino por No oyes ladrar a los perros, la crítica apunta a ¡Diles que no me maten! (El llano en llamas). Ese relato «cuenta la historia de su padre. Al padre lo mató un vecino de un tiro», observa Amat. Juan Rulfo tenía 7 recién cumplidos. Cuatro años después su madre murió de un ataque cardíaco. Las guerras cristeras que sacudieron México de 1926 a 1929 arrebataron tíos y abuelos a ese niño que vio morir otros niños, desplomarse el paraíso de la infancia. ¿Dejó de escribir, como llegó a decir, cuando se le murió el tío Celerino, «el que me contaba las historias»? «Desgraciadamente no tuve quien me contara cuentos -tomamos del propio Rulfo, de una de sus pláticas, que recoge la edición en Cátedra de El Llano en llamas-. En nuestro pueblo la gente es cerrada, sí, completamente, uno es un extranjero ahí. Están ellos platicando, se sientan en sus equipales en las tardes a contarse historias y esas cosas, pero en cuanto uno llega se quedan callados o empiezan a hablar del tiempo [...] En fin, yo no tuve esa fortuna de oír a los mayores contar historias, por ello me vi obligado a inventarlas». ¿Es la concisión, todo lo que Rulfo se obstinó en tirar de lo que había escrito, parte de su grandeza? «El silencio, el espacio en blanco, es en Rulfo tan importante o más que lo que dice», asegura Amat. Pero Rulfo también habló claro. «No existen más que tres temas: el amor, la vida y la muerte», dijo tendiéndonos una mano en la sombra. «El ideal no consiste en reflejar la realidad. Al escritor hay que dejarle el mundo de los sueños», dijo también. ¿Quién nos daría si no la llave para entrar en él?
UNA VIDA EN CÓMIC
Reproducción de una página del cómic «Rulfo. Una obra gráfica», de Óscar Pantoja y Felipe Camargo. La edita Rey Naranjo y es una puerta de entrada al universo de Rulfo que repara en los «eventos vitales de Rulfo que iluminan su obra». Secuencias como el asesinato del padre, su paso de niño por el orfanato o las sesiones de electroshock que sufrió Rulfo, en viñetas. El libro acaba de presentarse en España.