Un movimiento de cámara

Jose Barreiro

FUGAS

«Ride the pink horse». Robert Montgomery, 1947

05 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Robert Montgomery rueda su primera película, La dama del lago, con la petulancia de un pekinés. Adapta la novela de Raymond Chandler utilizando una cámara subjetiva durante todo el metraje: solo vemos al protagonista cuando pasa ocasionalmente por delante de un espejo. Esta manera pretenciosa de narrar convierte el relato en un experimento egocéntrico con el que consigue una popularidad pasajera, aunque el tiempo termina por emitir su veredicto: el ejercicio es lamentable. Philip Marlowe, el detective de Chandler, no se merecía semejante desagravio onanista. Un año después, Montgomery dirige Ride the pink horse y la cosa cambia. Por lo visto, esa ansia del debutante por llamar la atención desaparece y plantea una película sin ínfulas, con una forma de contar concisa y efectiva en la que no se permite alardes ni florituras. El resultado es uno de los títulos más extraños y desapercibidos del cine negro, con una ambientación inusual y ese estilo invisible que atesoran los grandes narradores para los que el calificativo «artesano» es un cumplido.

Un hombre se baja del autocar que acaba de llegar a San Pablo, un pequeño pueblo fronterizo que celebra sus fiestas patronales. Entra en la estación de autobuses y se sienta en un banco. Abre su maleta. Encima de la ropa hay una pistola descansando, como un lagarto. La introduce en el bolsillo interior y saca un cheque, lo deja en una consigna y se queda mirando la llave. A continuación extrae una tableta de chicles de una máquina expendedora, mastica uno y lo utiliza para pegar la llave en la parte de atrás de un cuadro de la estación. Imposible comenzar una película con más preguntas. Ben Hech y Charles Lederer (autores del guion de Luna nueva, que más tarde Wilder apenas peinará al rodar Primera plana) escriben una historia con la caligrafía del oeste: un tipo llega a un pueblo para cumplir una venganza o cobrar una deuda, que a menudo resultan ser lo mismo, y se encuentra un entorno hostil en el que solo le prestarán ayuda un par de lugareños, en este caso el dueño de un tiovivo y una chica hermosísima que factura todos sus planos con el aspecto de una Madonna sin niño. El inicio que he contado unas líneas más arriba está rodado en un solo plano, con un movimiento de cámara tan humilde y funcional como majestuoso. No resulta atrevido compararlo con el arranque de Forajidos o Sed de mal, de hecho, si Montgomery tuviese la reputación de Siodmak o Welles, la apertura de Ride the pink horse, que te agarra a la butaca sin remedio, sería, me parece, materia de discusión entre entendidos.

Por qué verla

Por la excepcional fotografía de Russell Metty, el operador de Orson Welles en Hollywood. Metty iluminó títulos como La fiera de mi niña, Espartaco, Vidas rebeldes o El señor de la guerra. Aquí realiza un trabajo soberbio. Casi ambienta la película él solo

Por el prodigioso rostro de Wanda Hendrix. Algunos de sus primeros planos parecen imágenes religiosas