El monte Aloia y la primera repoblación forestal

Juan Carlos Martínez EN EL COCHE DE SAN FERNANDO

FUGAS

22 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El que no haya ido nunca al monte Aloia puede visitarlo ahora, aprovechando estos días de calor: además de sombras frescas, aquella atalaya del municipio de Tui está poblada de enseñanzas. Se llega bien por carretera hasta el centro de interpretación, y luego se pueden escoger distintos recorridos según el estado de forma del caminante. Elegimos la ruta de los miradores, que ofrece vistas magníficas del valle del Miño y de las Rías Baixas.

El parque natural es el legado de un liderazgo, el del ingeniero forestal Rafael Areses, quien, a comienzos del siglo XX, convenció a sus paisanos tudenses y a distintas autoridades de la conveniencia de repoblar de árboles los montes gallegos, reducidos a la esterilidad y a la despoblación «por la codicia y egoísmo humanos», a pesar de que «el arbolado es la base de la prosperidad y el bienestar de los pueblos». Y así el Aloia fue uno de los primeros espacios gallegos sometidos a reforestación, sobre todo con pinos, pero también con acacias (hoy denostadas) y otras especies como los monumentales cedros del Líbano que nos asombran en este paseo.

En la cabaña forestal, en las barandillas de los miradores, aquellos arbolistas beligerantes de hace cien años emplearon un nuevo material, el hormigón, para imitar la naturaleza, como hicieron los hermanos García Naveira en su parque fantástico de Betanzos. No sospechaban que el cemento despertaría pasiones contrarias a la suya, ni que la repoblación acabaría chocando con la conservación de los bosques autóctonos. En el Aloia queda la huella de todas aquellas buenas intenciones.