La dama bolchevique

JOSÉ BARREIRO

FUGAS

Si hay algo esencial en el modo de entender la vida de Lubitsch son las agudezas, los diálogos brillantes, las insinuaciones maliciosas, los chistes, en definitiva, la risa. De eso trata Ninotchka: de una chica que aprende a reír

10 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Una limusina circula hacia Hollywood. En su interior viajan el director Ernst Lubitsch y los guionistas Charles Brackett, Walter Reisch y Billy Wilder. Vuelven del preestreno de Ninotchka, que ha tenido una gran acogida por parte del público. Lubitsch está leyendo esas tarjetas sumarias en las que los espectadores expresan su parecer acerca de la película cuando de repente le da un ataque de risa. Wilder pregunta una y otra vez qué es tan gracioso y el director, incapaz de responder, le pasa la tarjeta: «Una película muy graciosa. Me he reído tanto que me he meado en la mano de mi novia».

Si hay algo esencial en el modo de entender la vida de Lubitsch son las agudezas, los diálogos brillantes, las insinuaciones maliciosas, los chistes, en definitiva, la risa, y de eso trata Ninotchka: de una chica que aprende a reír. El Gobierno ruso envía una delegación a París encabezada por Greta Garbo con la misión de vender las joyas incautadas a una duquesa durante la revolución. La comisaria soviética posee la seriedad y la obstinación de un tractor. Para ella el amor es un ordinario proceso biológico, las personas son sujetos dignos de estudio y, cada vez que alguien le dice el precio de algo, lo calcula en vacas. Es una criatura matemática. Sin embargo, enseguida se corrompen sus ansias de liberar «oprimidos» (mayordomos, taxistas, botones) debido a las múltiples tentaciones que ofrece la sociedad parisina, entre las que se incluyen un sombrero ridículo y un golfo (Melvyn Douglas) que define su profesión con certeza olímpica: «conservarme sano de cuerpo, limpio de imaginación y calmar al casero, eso me ocupa todo el día».

Lubitsch pone en marcha su inimitable receta: sugerir mucho, mostrar poco y trabajar una y mil veces cada planteamiento del guion hasta encontrar un ángulo nuevo o un remate original. Wilder cuenta que cuando se atascaban con una idea, Lubitsch se iba al baño. Si tardaba más de cinco minutos en regresar, todos asumían que volvería con una ocurrencia salvadora. Y así era. Sus colaboradores creían que tenía un guionista oculto en el cuarto de baño. Cada vez que se menciona la escritura de sus películas, llenas de situaciones ligeras (no necesita fingir profundidad, la tiene sin querer) pero con una construcción de hierro, pienso en la reputación del abogado marrullero de En bandeja de plata que interpretaba Walter Matthau: «Sería capaz de encontrar un cabo suelto en los diez mandamientos». No creo que tuviese tanto éxito con un guion de Lubitsch.