Del nihilismo al terrorismo

FUGAS

Detenido en 1849 acusado de integrar un grupo de izquierda contrario al zar Nicolás I, Dostoievski fue sometido a un simulacro de fusilamiento y condenado al destierro en Siberia. Cumplió pena en Omsk entre 1850 y 1854. Aún serviría en Semipalatinsk como soldado raso hasta 1859. Solo entonces recobró sus derechos y volvió a San Petersburgo. La experiencia lo cambió como persona y marcó como escritor. A la izquierda, Omar Sharif, caracterizado como Stepán Trofímovich, en un descanso del rodaje de «Los poseídos», adaptación de la novela de Dostoievski realizada en 1988 por Andrzej Wajda
Detenido en 1849 acusado de integrar un grupo de izquierda contrario al zar Nicolás I, Dostoievski fue sometido a un simulacro de fusilamiento y condenado al destierro en Siberia. Cumplió pena en Omsk entre 1850 y 1854. Aún serviría en Semipalatinsk como soldado raso hasta 1859. Solo entonces recobró sus derechos y volvió a San Petersburgo. La experiencia lo cambió como persona y marcó como escritor. A la izquierda, Omar Sharif, caracterizado como Stepán Trofímovich, en un descanso del rodaje de «Los poseídos», adaptación de la novela de Dostoievski realizada en 1988 por Andrzej Wajda

La cuidada traducción de Fernando Otero contribuye al feliz redescubrimiento de «Los demonios», una novela fascinante, clave en la producción de Dostoievski (Moscú, 1821-San Petersburgo, 1881) y que resulta fundamental para comprender la esencia histórica y el alma de Rusia

13 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Dostoievski no es Tolstói. Pero tampoco es el abismo insondable que estableció Nabokov lo que los separa. No podemos tomar más que por exageraciones pedagógicas afirmaciones como en las que afea la falta de gusto de Dostoievski, al que reprochaba que se refocilase «en las desventuras trágicas de la dignidad humana» o sus monótonos tejemanejes con personas aquejadas de complejos prefreudianos. «Todo eso es difícil de admirar», zanjaba. Tampoco Los demonios alcanza la altura de su cima novelística (Los hermanos Karamázov o Crimen y castigo). Y sin embargo la ambición y la complejidad de la construcción narrativa de Los demonios resulta hoy fascinante. Por no hablar de la implicaciones del relato en la realidad, de la aspiración del autor a intervenir a través de la escritura en los acontecimientos de su tiempo. El caso del terrorista Serguéi Gennádievich Necháiev es en buena medida el motor de Los demonios (1872). Dostoievski se desmarca [reniega] de las corrientes liberales de su generación, muy críticas con el zarismo y a las que de alguna forma responsabiliza, en la laxitud de su pensamiento revolucionario, de haber conducido a los jóvenes hacia el terrorismo por la vía del nihilismo y sus ambigüedades. Él es un indagador del alma humana -a veces demasiado torturada, patética, eso sí- frente a la literatura de terrateniente de Tolstói o los gustos afrancesados de Turguénev, que él cuestionaba. Y en Los demonios denuncia este estado de situación y va más allá de lo metafísico al trazar, en su pesquisa política, el pronóstico de lo que Rusia será. La exquisita traducción de Fernando Otero ayudará al redescubrimiento feliz de una obra fundamental (también en su dimensión profética).

Los demonios. Novela. Fiódor Mijáilovich Dostoievski. Traducción de Fernando Otero. Alba Editorial. 791 páginas. 35 euros