Las islas del mal

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa EL RINCÓN DEL SIBARITA

FUGAS

29 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Ahora que los papeles de Panamá han vuelto a poner de moda refugios como las Bahamas o las Islas Vírgenes, conviene recordar que esta geografía del mal no ha sido inventada por el bufete Mossack Fonseca. Ni siquiera por los avispados ingenieros financieros que usan las compañías offshore como trampantojos para que se estrellen contra ellas los sabuesos de Hacienda. Basta con abrir de nuevo La isla del Tesoro para recordar la canción Quince hombres en el Cofre del Muerto, hacer memoria y comprender que los piratas, los métodos de abordaje y las divisas van cambiando con los tiempos, pero los puertos donde ocultan sus doblones de miradas inquisitoriales son los mismos desde hace ya muchos siglos.

Como apunta Pollux Hernúñez en la exquisita edición de la novela de Stevenson publicada ahora por Reino de Cordelia e ilustrada por José María Gallego, la tonada que escucha Jim a un viejo bucanero evoca «lo sucedido a principios del siglo XVIII en el inhóspito islote llamado Cofre del Muerto, en el archipiélago de las Islas Vírgenes: el terrible pirata Barbanegra abandonó allí a quince amotinados dejándoles solo un sable y una botella de ron a cada uno, esperando que acabaran matándose unos a otros, pero cuando volvió al cabo de un mes seguían vivos». Hoy, matiza Hernúñez, se sabe que todo es una leyenda, aunque «sí es cierto que abandonó en una isla de las Bahamas a algunos hombres, que fueron rescatados poco después». ¿Islas Vírgenes? ¿Bahamas? Parece que quien va a llamar en cualquier momento a la puerta de la posada Almirante Belbow no es Perro Negro, sino todo un ministro del Reino de España.

Porque los filibusteros han cambiado de indumentaria. Pero sus lingotes y sus islas siguen donde estaban. La única esperanza que nos queda es escondernos, como Jim, en el tonel de las manzanas y aguzar el oído para descubrir los planes de los amotinados y tratar de desbaratarlos. Aunque mucho me temo que eso de que los buenos se lleven el botín solo sucede ya en las más hermosas novelas del siglo XIX.