Ojos de petróleo

Jose Barreiro

FUGAS

«La última seducción». John Dahl, 1994

12 mar 2016 . Actualizado a las 21:29 h.

Todos los guionistas sueñan con colocar al comienzo de su película una de esas escenas que suspenden la ley de la gravedad. Agarrar al espectador a la butaca con un bofetón inicial es un arte dificultoso y agotador, comparable al de ese columnista siempre al acecho de una frase inicial tan brillante que te obligue a leer el resto del texto. Veamos lo que sucede diez minutos después de comenzar La última seducción. Bridget (Linda Fiorentino) acaba de escapar de Nueva York tras robar una importante suma de dinero a su marido y se detiene a repostar en un pueblo. Antes de volver a la carretera entra en un bar y un parroquiano intenta seducirla. Ella lo trata con un desprecio sulfúrico, agarra la copa y se sienta sola en una mesa. El hombre se acerca y, medio en broma, le susurra al oído: «La tengo como la de un caballo, piénsatelo». Linda Fiorentino gira la cabeza y su melena negra se aparta a lo Verónica Lake, lo mira y su cigarrillo comienza a colgar de la mano con el temple de un filo de desollar incautos. «Siéntate», le dice. Para asombro del galán, ahora convertido en un ente equino, ella introduce la mano en su bragueta y comienza a revisar el género allí mismo mientras le pregunta: «¿Cuántas amantes has tenido?», «¿Has estado con prostitutas?», «¿Con hombres?». El tipo alucina. Al final, contento de haberse convertido en mercancía, pregunta si ha aprobado el examen. «Bueno, médicamente sí», responde ella. Bridget es rápida, impúdica, despiadada, una experta en torcer destinos. La protagonista se dispone a hacer tirabuzones con la vida de un pardillo y el espectador por nada del mundo querría perderse lo que sea que venga a continuación. Los guionistas tienen, seguro, un nombre técnico bellísimo para este tipo de escenas catapulta. Yo, desde que vi La última seducción, las denomino «la escena de la entrepierna».

Aquella Kathleen Turner de Fuego en el cuerpo tiene en Linda Fiorentino una heredera soberbia. Al contrario que Sharon Stone, no necesita aspavientos pélvicos para empañar el objetivo, le bastan esos ojos de petróleo y esa forma de mirar llena de curvas, recodos e insinuaciones. La pasión por el dinero abrasa una película en la que ella ejerce un dominio absoluto: cómo huele un fajo de billetes, cómo lo lame, o su pericia a la hora de convertir un «por favor» en un insulto que, al cabo de unos instantes, misteriosamente, ha devenido en sugerencia de asesinato, son puro espectáculo.

El personaje era tan bueno, cuenta Linda Fiorentino, que cada vez que salía con un hombre, éste, inevitablemente, quedaba decepcionado: esperaba salir con Bridget.

Por qué verla

Por el trabajo de guion y dirección, ambos espléndidos

Por lo bien que maneja Linda Fiorentino el arte de domesticar gafas de sol, accesorio básico en el bolso de cualquier mujer fatal

Por el retrato hilarante que la película hace de los pueblos de la América profunda