Lugo, laboratorio de aromas

Juan Carlos Martínez EN EL COCHE DE SAN FERNANDO

FUGAS

20 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Los pocos que no hayan ido en San Froilán deberían aprovechar para acercarse a Lugo ahora que viene bajando el frío. Durante ese informal campeonato mundial del pulpo, la ciudad huele a puerto de mar y no es capaz, como ahora, de emitir a la atmósfera el auténtico aroma de Galicia, que allí se produce tan bien en invierno.

Es un perfume alimenticio, con base de cocido, neblina de vapor de caldo de grelos, algo de amargo de nabos, toques de ternera estofada con patatas, azafrán y pimientos morrones, un aire de cominos y otro de canela sobre arroz con leche. Saliendo por las ventanas, esta niebla se mezcla con el humo de las lareiras en donde se queman tacos de carballo y con la emanación fresca de los prados húmedos, y todo eso asciende hasta las narices del paseante para recordarle, en la memoria profunda, a qué huele su país.

Y se puede decir asciende porque el visitante que quiera darse una vuelta está obligado a hacer el circuito más antiguo de Galicia, los dos y poco kilómetros de la muralla. Aquella calle elevada y circular la pisaron cónsules romanos, reyes suevos y godos y hasta el mismo moro Muza, porque cuando en Galicia no había más que una ciudad, esa ciudad era Lugo. Es un paseo de media hora que los listos hacemos desde delante de la catedral para, al completar el circuito, bajar por Bon Xesús y por allí, en la calle de la Cruz, dejar que la boca averigüe de dónde viene la fiesta que se trae la nariz. Otros hacen el circuito a prisa; incluso los hay que le dan 19 vueltas, y es una maratón. Al ritmo que sea, siempre vale la pena.