Aprender a nadar a los ochenta

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade REDACCIÓN / LA VOZ

FIRMAS

PACO RODRÍGUEZ

La prescripción médica llena las piscinas gallegas de mayores, que en ocasiones vencen sus temores infantiles gracias a su afán de superación

14 feb 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Pilar González cumplirá los 83 años el próximo día 26. En su juventud fue percebeira y no olvida el día que, «con treinta y pocos», le cambió la vida el mar, que le dio un susto de los gordos cuando la tiró de una roca. No sabía nadar: «Una ola me llevó, otra me trajo y ya no volví más». Pasaron décadas antes de que superase el mal trago, pero hoy es «feliz» por las mañanas en la piscina olímpica del Club del Mar de San Amaro (A Coruña).

Es la prescripción médica la que está detrás en Galicia del bum de los cursos de natación para mayores. A veces es difícil encontrar plazas. A José le recomendó el doctor que hiciese «algo de mantenimiento». Hoy nada «a todos los estilos», pero lo hace a su ritmo porque, dice, «ya fui tres veces abajo» y después del susto se lo toma con calma. Pero su afán de superación le ha permitido un aprendizaje que, de niño, «en Carballo» no tuvo ocasión de iniciar.

Siete u ocho de cada diez cursillistas son mujeres, «porque les da menos reparo que les enseñen y porque tienen, en general, mayor flotabilidad que los hombres», explica Ramiro Santos, coordinador deportivo de este club. Confirma además que en el perfil del nadador de tercera edad asoman con frecuencia «temores infantiles» que frenaron un día el deseo de iniciación.

En un grupo muy animado llegan Carmen, Rosario, María del Carmen, Josefa y Julia. «En Ourense -explica esta última-, cuando yo era pequeña, o te metías en el río Arnoia o no te bañabas, así que era difícil aprender a nadar». Los nietos -a veces ya los bisnietos- son otro factor dinamizador. «¡Abuela, haces muy bien!», le insisten los suyos.

Josefa, que es de Gerona, comenzó a bracear en el agua después de romperse las dos caderas. Le tenía pánico, porque «en mi ciudad, de pequeña, no tuve la posibilidad de aprender». Pero se armó de valor y hoy hace unos cuantos largos en la piscina olímpica. De espaldas, que es el género estrella entre los mayores.

«Lo que es impresionante -enfatiza Ramiro Santos- es que estas personas, al final, nadan entre seiscientos y ochocientos metros al día», algo de lo que no todos los jóvenes pueden presumir.

«Yo era una niña cuando, en la playa, mi hermano me dejó sola en el agua en una zona en que no hacía pie», relata Rosario, que tuvo que superar ahora aquel recuerdo para aprender a crol. Sale de la piscina «feliz y relajada».

«Pues, fíjate, yo salgo hasta con pena», precisa la santanderina Pilar, que ha pasado «toda la vida» en A Coruña. Ahora, a los 83 años -lleva ya seis nadando- se anima también con unos largos «en la playa». Eso sí, «cuando llega el verano».