Los riesgos de Calatrava

Xesús Fraga
x. fraga REDACCIÓN / LA VOZ

FIRMAS

MANUEL BRUQUE

Ante los problemas que sufren las obras del arquitecto, en la profesión se pide más reflexión sobre los proyectos y el papel de la Administración

20 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El pasado martes un grupo de operarios trabajaban en la retirada del revestimiento cerámico del Palau de les Arts de Valencia después de que varios desprendimientos obligasen a cerrar algunas zonas del recinto diseñado por Santiago Calatrava. Unas horas antes se había sabido que el Ayuntamiento de Venecia estaba dispuesto a reclamar una cantidad cercana al medio millón de euros por problemas relacionados con el puente de la Constitución, también obra del mismo arquitecto.

Las reclamaciones a Calatrava propician diversas reflexiones sobre el propósito y la ejecución de sus proyectos, así como la naturaleza de los encargos por parte de las Administraciones con dinero público. Calatrava puede ejemplificar la arquitectura espectáculo sobre la que se han depositado buena parte de los males que desembocaron en el estallido de la burbuja inmobiliaria, pero las circunstancias son más complejas como para cargar las culpas sobre una única cabeza.

Al arquitecto gallego Carlos Quintáns le preocupa que en este debate esté ausente «la figura del promotor-especulador, que es el que realmente le hace daño a la ciudad». Quintáns cree que aunque esto no exime de responsabilidades al arquitecto, los problemas no son exclusivamente suyos. «A él le han hecho un encargo, con unas condiciones y él responde a lo que le han pedido», explica. Por tanto, Quintáns pide que se amplíen las reflexiones y no centrarse solo en los problemas propios de arquitectura y construcción, sino también en qué tipo de arquitectura han promovido las Administraciones con dinero público.

Cuestión política y social

En una línea similar se pronuncia Fernando Agrasar. «Está bien exigirle responsabilidades a Calatrava por defectos en el edificio, especialmente cuando todavía no han pasado diez años. Pero también existen unos responsables políticos, los impulsores de la obra, y a la sociedad le corresponde castigarlos con sus votos si cree que han actuado mal». Agrasar cree que la obra de Calatrava «representa lo peor de aquellos excesos», pero también es consciente de que no se puede reducir a un único plano el debate, que abarca desde el mantenimiento de los edificios a la condición más o menos experimental de la arquitectura. Manuel Gallego-Jorreto se refiere a «arquitectura de risco» y advierte de que hay que ser conscientes de su «difícil mantemento e dificultades de uso». Agrasar coincide en que «la arquitectura no convencional conlleva riesgos, que en este caso están amplificados por la escala y elementos muy complejos». El arquitecto lo ejemplifica con un paralelismo con la escritura: «Una carta comercial la escribimos con un escrupuloso respeto a la sintaxis, pero en un poema eres más libre y juegas con las palabras». Para Quintáns, la experimentación debe acotarse a «elementos pequeños y controlados» antes de demostrar su eficacia a escalas mayores. Y reclama también otra actitud. «Hay que responder con hechos: no vale solo criticar, hay que encargar proyectos sólidos a gente sensata», explica, antes de añadir: «En arquitectura la crisis la estamos pagando todos, también los que hemos hecho una arquitectura responsable y no nos hemos dedicado a los experimentos con gaseosa».

Agrasar apunta también a que los problemas del Palau o del puente veneciano -sobre el que resbalaban los peatones- nacen de una concepción arquitectónica: «En este tipo de arquitectura espectacular muchas veces se olvida a quien va a usarla, relegada al elemento menos relevante».